EL GRAN PROBLEMA: LA INADECUACION IDEOLOGICA FALANGISTA
En los documentos originarios de Falange Española se percibe en ocasiones un peligroso equívoco entre programa y doctrina. El programa es un elemento táctico que resume las propuestas que un partido puede efectuar en un momento dado de su historia. Cuando se alteran las circunstancias, cambia necesariamente el programa. En cuanto a la ideología, a diferencia del programa, es fija e inmutable. En principio… por que las ideologías terminan siempre siendo esquemas rígidos que pierden pronto actualidad. Resulta evidente que al leer las páginas de las Obras Completas estamos ante un libro que nos ayuda a comprender la historia de la Segunda República; así mismo al leer las «Disgresiones sobre el Futuro de las Juventudes» de Ramiro, estamos repasando la historia de Europa… hasta ese momento y otro tanto ocurre con el «Discurso a las Juventudes de España». Hace falta, pues, establecer exactamente que es lo que hay de presente y de futuro en todo este material histórico.
La primera impresión es que hay poca actualidad en los textos históricos. Ciertamente José Antonio y Ramiro atacaron al capitalismo y hoy esta temática tiene una actualidad inequívoca, pero el capitalismo que conocieron ambos tiene muy poco que ver con el capitalismo moderno. Nada se dice sobre los procesos que conforman la realidad del capitalismo moderno: la automatización de los procesos de trabajo, la revolución de las comunicaciones generada en la posguerra y la revolución de la microinformática experimentada a principios de los años 80, el proceso de globalización con la creación de un mercado único global, los procesos de deslocalización industrial de Norte hacia el Sur y los procesos de inmigración masiva del Sur hacia el Norte, las necesidades de nuevas dimensiones nacionales que respondan a este proceso, la desaparición del comunismo, lo efímero de la nueva izquierda, la creación de la Unión Europea, la elevación de los Estados Unidos y de sus contenidos culturales al rango de único «imperio», etc., todo ello implica nuevo elementos ante los cuales no existen respuesta en las Obras Completas, ni en los textos históricos, capaces de aportar planteamientos adecuados sobre ninguno de estos temas. Ni, por lo demás, existen ideólogos en las filas de las distintas fracciones falangistas capaces de revisar de manera indiscutible estos temas y proponer respuestas concretas.
A decir verdad, este problema se viene arrastrando desde los tiempos de la postguerra cuando el partido advierte que los líderes históricos han sido asesinados durante la guerra. En ese momento, los militantes falangistas tienen demasiado reciente el impacto de la contienda y el hecho de que algunos de ellos estén ocupando puestos directivos en el nuevo Estado, hace que se obvie el completar las lagunas ideológicas. Cuando se está en el poder se piensa en gestionarlo, no en justificarlo o interpretarlo. Por lo demás, en un primer momento, el fascismo parecía que lograría imponerse a los Estados democráticos y las perspectivas eran buenas, así que las únicas cosas que se rectificaron afectaban a la «cuestión nacional» (ingenuas rectificaciones territoriales en Marruecos, Sahara y Guinea) y poco más. Pero, en un segundo momento, cuando las cosas se torcieron para las fuerzas del Eje, algunos empezaron a advertir la naturaleza del conflicto que estaba ante la vista: o bien Falange se democratizaba (algo difícil por que la impronta y la estética fascista estaban demasiado presentes y constituían el alma de Falange, tanto de la disidente del Movimiento, como de la franquista. Llama la atención que, muy frecuentemente, los disidentes les Movimiento, los falangistas antifranquistas, eran, contra lo que se tiene tendencia a pensar, eran más proclives al fascismo y al nazismo, que los sectores oficialistas.
A partir de ese momento empezó el fraccionamiento en cadena: la mayoría del movimiento falangista adoptaron posiciones seguidistas hacia el franquismo; una minoría muy exigua pasó a engrosar la disidencia falangista, más o menos clandestina, otros desengañados por la imposibilidad de realizar al «revolución nacional» a la vista de la derrota del Eje, se desmovilizaron. Los hubo –como Ridruejo– que se dejaron ganar por las tesis de recuperación de las libertades democráticas y abandonaron el falangismo.
En una segunda fase del conflicto ideológico se produjo una decantación hacia los dos elementos que componían la síntesis «nacional-sindicalista». Aparecieron los falangistas «más nacionalistas que sindicalistas» y los que se consideraban más «sindicalistas que nacionalistas». Los primeros se identificaban casi completamente con los falangistas del Movimiento Nacional, los segundos fueron a engrosar los movimientos «hedillistas» y «falangistas de izquierda» que sobrevivieron hasta finales de la década de los 70. Existió un último sector que intentó mantener la síntesis situándose en una posición equilibrada entre los dos términos en nombre de la «ortodoxia ». Nos referimos al F.E.S., si bien es cierto que todos los sectores se consideraban herederos de la Falange fundacional.
A medida que se hizo evidente que España debía confluir, antes o después, con Europa, algunos falangistas intentaron formas de adaptación a las formas políticas que entonces imperaban en Europa. Fue así como Cantarero del Castillo, haciendo una lectura unilateral y selectiva de los textos joseantonianos (excluyó por supuesto cualquier otro) concluyó en posiciones socialdemócratas que sostuvo desde su Asociación de Antiguos Miembros del Frente de Juventudes, quedando muy lejos del tronco central falangista. Su libro «Falange y socialismo» fue contestado con particular energía por el FES.
Pero otros se alejaron aun mucho más. A principios de los años sesenta núcleos universitarios de las Juventudes Falangistas pasaron directamente al Partido Comunista de España e incluso, como en Barcelona, algunos se integraron en la extrema-izquierda (Juan Colomar pasó al Front Obrer Catalá y fue uno de los fundadores de la Liga Comunista Revolucionaria, “Anibal Ramos” siguió la misma trayecto, pero pasó luego a la Organización Trotskysta y luego al Partido Obrero Revolucionario y fueron dos ejemplos entre un par de centenares).
Otros, como Miguel Hedilla Larrey, al reemprender la actividad política constituyó un Frente Nacional de Alianza Libre, de difícil definición, pero, en cualquier caso oficialmente no-falangista. En el libro «Hacia una historia del FES» se explica ese proceso: «Por aquella época el FSR, producto de una escisión del FES, ya había hecho su aparición intentando evitar las formas falangistas para hacer más vendible su mercancía. Según la historiadora inglesa Ellwood actuaba como Presidente del FSR Manuel Hedillla quien aprovechando un viaje de Narciso Perales, auténtico líder del grupo, a Iberoamérica, había convertido el FSR en Frente Nacional de Alianza Libre».
Hay que dedicar un pequeño párrafo a Miguel Hedilla. Tras se condenado a muerte pasó una temporada en prisión y luego en el destierro. En 1965, Narciso Perales contactó con él, pero Hedilla no estaba dispuesto a participar en nada que tuviera como rótulo la palabra «falange» o «nacionalsindicalista». De hecho, esta posición vería ya de la postguerra. Un falangista barcelonés que lo visitó con una delegación en su destierro para pedirle consejo y orientación me dijo textualmente: «Nos mandó a paseo». Hedilla murió en 1969 y Fuerza Nueva fue una de las pocas revistas que publicaron su esquela. El mito, absurdo, pueril y, entre ingenuo y malintencionado, consistió en la creación de una «falange hedillista», cuando Hedilla murió incuestionablemente como «no-falangista» e incluso muy contestado en medios «ortodoxos» del FES que le dedicaron un artículo titulado «Gerontocracia (la coalición de los abuelos con el afán de mandar»).
El programa del FNAL era difícilmente definible, recordaba algo al de Falange, pero no aparecían las referencias clásicas. Tampoco da la sensación de que nunca tuviera una gran extensión ni profundidad y todo induce a pensar que se trató apenas de una extensión del FSR extendido a unas pocas provincias. Y, por lo demás, no está claro que todos los militantes del FNAL fueran no-falangistas. Sin embargo, todas estas indefiniciones, dificultades para entender realmente lo que pasó en aquellos momentos, versiones diferentes y contrapuestas, no pueden hacer olvidar que hacia finales de los años 60 algunos sectores falangistas empezaron a ser víctimas de un complejo de inferioridad hacia la extrema-izquierda que les hizo, poco a poco, virar hacia posiciones situadas mucho más allá de la izquierda situada en la oposición democrática. Es fácil entender por qué esos falangistas «acomplejados» nacieron de núcleos estudiantiles. La universidad española en aquella época era un coto cerrado de grupos, partidos y partidillos marxistas.
Era prácticamente imposible actuar políticamente en la universidad con otros planteamientos. Así de sencillo. Algunos falangistas, disidentes del FES (los «lupulinos») en Madrid y miembros de las Juventudes Falangistas en Barcelona se fueron corriendo, primero poco a poco y luego a velocidad de vértigo, estos núcleos fueron virando hacia posiciones más izquierdistas, con incorporación de elementos marxistas, anarquistas, sindicalistas, admiración a las experiencia armadas de la izquierda iberoamericana, etc. El caso extremo lo componen las Juntas de Oposición Falangista en Madrid y la Acción Revolucionaria Sindicalista de Barcelona, que se manifestó junto a la CNT en varias ocasiones y a la que, fatalmente, terminaron integrándose algunos de sus miembros, tras una larga y tortuosa evolución en la que existieron etapas intermedias: Confederación de Grupos Autogestionarios, junto al Partido Sindicalista, mezcla de pestañistas en Barcelona y de antiguos miembros del FSR en Madrid, todo para terminar diluidos en la CNT en el tiempo en el que esta organización era potente. Tras el «Caso Scala» (en el que resultó involuntariamente mezclado alguno de estos personajes), de todo esto no quedó ni el recuerdo. Pero de esta experiencia no hay más que retener que las deficiencias ideológicas y la hegemonía de la izquierda entre la juventud de la época, generaron un complejo de inferioridad resuelto de manera muy ingenua en tres fases: en la primera se seguían manteniendo los mismos símbolos y estética, pero acompañados de una retórica ultraizquierdista en la que se intentaba «superar al partido comunista por la izquierda»; en una segunda fase –y a la vista de que el planteamiento era increíble para la extrema-izquierda marxista y anarquista a la vista del acompañamiento ritual y simbólico– se renunciaba a la estética falangista para concentrarse solamente en los aspectos «sindicalistas» y «sociales» del anterior programa; en una tercera etapa, se renegaba textualmente del origen y se pasó a integrar las filas de los partidos o sindicatos marxistas o del a CNT. Un verdadero drama surgido al calor de un complejo de inferioridad ideológico.
El grupo FE-JONS(A) siguió una evolución similar, pero con algún matiz. Nunca renunció a la estética falangista creyendo, en una ingenuidad absolutamente incomprensible, que forzando los planteamientos izquierdistas lograrían un reconocimiento, no ya democrático, sino de las fuerzas situadas más a la izquierda. Algo imposible, por supuesto. Para colmo –recuerda el libro «Hacia una Historia del FES»: «Su ideario, para no ser menos que los demás, se resumía en 27 puntos, ajustados lo más posible a los de la Falange primitiva, limando por supuesto aquel lenguaje que se hacía impresentable. Así el punto 3, aparecía con un “Tenemos vocación universal...” en vez del “Tenemos vocación de Imperio...”. Se ponía el mayor énfasis en el aspecto sindical y en una utópica transformación económica de imposible realización, común denominador de los grupos falangistas, tales como nacionalización de la banca, de los servicios públicos, de los seguros y de “toda empresa que por necesidad nacional sea conveniente” (punto 14). En lo referente a la Iglesia, tras “reconocer” la dimensión religiosa del hombre (lo cual por otra parte no era decir nada) y saberse inspirados en la ética cristiana, exigía la absoluta separación entre Iglesia y Estado “sometiendo a la primera a ley civil en materia secular”».
No vale la pena extenderse mucho en todo esto que, en el fondo, es agua pasada. Sirve, eso sí, para demostrar hasta qué punto, a pesar de no quererlo reconocer, la realidad hacía que las limitaciones doctrinales y la creciente inadecuación entre doctrina y realidad, generaran cada vez más conflictos. A partir del 23-F, cuando las distintas fracciones falangistas entran en una etapa de lenta extinción, estas diferencias doctrinales pasan a segundo plano, se elude cualquier tipo de problemática ideológica –a pesar incluso de la convocatoria de un Congreso Ideológico por parte de Diego Márquez que llegaba demasiado tarde cuando ya no existía iniciativa en ningún terreno y los cuadros más experimentados ya habían abandonado el partido– y el único problema consiste en cómo poder sobrevivir realizando un mínimo de actividad que asegure que las plazas de militantes que abandonan, mal que bien, sean cubiertas por recién llegados.
Pero este complejo de inferioridad no aparecía por primera vez en 1968. Se evidenció por primera vez tras la derrota del Eje y la desaparición política del fascismo. Desde nuestro punto de vista, Falange fue la versión española del Fascismo Italiano, como existieron otras versiones, cada cual con sus particularidades, con su voluntad de diferenciarse del modelo italiano y con sus innegables concomitancias. Si no se reconoce esta filiación y se evita reconocer que la separación entre fascismo italiano el falangismo español, es una grieta tan pequeña como la que puede separar a la socialdemocracia alemana del socialismo español o del laborismo inglés, entonces se está polemizando inútilmente. José Luis Jerez hace más de 20 años resumió sus conclusiones en su libro «Falange, partido fascista » y a él remitimos a quien quiera profundizar en la cuestión. El propio Jerez, en una obra posterior en la que recopilaba los escritos de Manuel Hedilla, demostraba fehacientemente, la mentalidad de aquella Falange en aquella época… Se trataba, pura y simplemente, de la versión española del «fascismo español». Era un signo de los tiempos.
El problema vino cuando se produjo la situación contradictoria en la que España no entró en guerra junto al Eje y la derrota de las potencias «fascistas», generó una Europa democrática de la que nuestro país resultó excluido. Si España hubiera participado en la guerra mundial, la derrota hubiera generado la prohibición del «partido fascista español» y su reconversión en un partido democrático, como ocurrió en Italia con el MSI. Pero la persistencia del régimen franquista y su aislamiento internacional, hizo que Falange permaneciera al margen de la debacle del fascismo europeo y lograra mantener unas décadas su inercia interior. Como máximo, aprovechando algunas frases dispersas en las Obras Completas, se creó la ficción –increíble a todos menos a quienes estaban predispuestos a aceptarlo– que la Falange no era un partido fascista. Esta tendencia fue creciendo a lo largo de los años 60 y 70, hasta convertirse en un clamor de buena parte de los sectores azules.
Se negaba lo que para toda España y para los historiadores y comentaristas políticos, para la opinión pública y para los observadores extranjeros, era obvio, a saber: que la Falange si tenía un «origen» y una inspiración en los movimientos fascistas de los años 30. El error de los distintos núcleos falangistas consistió en pensar ingenuamente que sólo con unas pocas frases dispersas en los textos clásicos podían levantarse la pesada losa que pesaba sobre Falange. Era completamente imposible.
Por lo demás, había quienes compartían la visión de la falange como partido fascista y estaban dispuestos a contrarrestar los esfuerzos de quienes negaban la mayor. El error consistió en no reconocer que el fascismo había perdido la guerra, que Falange pertenecía al tronco de ideologías de los años 30 que habían nacido inspiradas en el fascismo
italiano y que era precisa una reconversión urgente. Eso era evidente a partir de 1945. Cuando veinte años después, eso fue evidente, las actitudes fueron tres: negarlo defendiendo una ortodoxia que afirmaba justamente lo contrario (FES), dar una orientación obrerista-izquierdista (neo-hedillistas y falangistas de izquierda), dar una orientación franquista al partido (Fernández Cuesta, Girón, etc.). Pero, aparte, del intento de Cantarero y de su «Falange Socialdemócrata», de muy escasa penetración en la clase política, a nadie se le ocurrió, incluso en una fecha tardía en modificar las pautas del partido y convertirlo en una fuerza política democrática y homologable a los partidos que empezaban a despuntar y que, antes o después, deberían competir en unas elecciones libres. Quizás es que no era posible. Quizás es que nadie reparó en la necesidad. O que nadie tuvo la capacidad para hacerlo.
Existía otra posibilidad: la de llevar al franquismo hacia posiciones progresivamente más falangistas. Pero esta perspectiva encontraba dos obstáculos: indefinición e inadecuación ideológica de un lado y de otro falta de cuadros para afrontar el período desarrollista, tal como hemos mencionado antes. Solamente en el terreno sindical Falange podía aportar algo. La legislación social del franquismo era un producto de los falangistas enclastrados en el régimen. Pero, a partir de los Planes de Desarrollo, cuando el país vivió un período de crecimiento económico, los trabajadores, fueron distanciándose progresivamente del régimen –solo puede pensarse en cambios profundos con el estómago lleno– y los núcleos falangistas fueron, poco a poco, desbordados por Comisiones Obreras, entre cuyos miembros fundadores se encontraban algunos antiguos falangistas.
La vía de la evolución del régimen hacia posiciones falangistas era imposible. La vía de la constitución de un partido democrático homologado a otros partidos y con capacidad para obtener buenos resultados en unas elecciones democráticas, tampoco pudo concretarse. No había dirigentes prestigiosos que, además, fueran ideólogos o estrategas capaces de darse cuenta del estado de la cuestión: el tiempo de Falange había pasado, sólo quedaba el renovarse o morir. Y el conjunto no se renovó en una vía razonable, lógica y que pudiera ser apreciada por la población. Por que los puntos en los que se producía una inadecuación creciente de la doctrina falangista eran varios:
IDEA DE ESPAÑA
«España es una unidad de destino en lo universal». Bien, esto es aceptable pero no resuelve completamente la «cuestión nacional» especialmente en este momento histórico en donde la «dimensión nacional» es fundamental para la supervivencia del Estado. Y, por lo demás, esto tampoco resuelve la cuestión histórica de «cuándo empezó España a existir?». Para la escuela tradicionalista fue a partir de la conversión de Recaredo y durante la Reconquista y, por tanto, España está íntimamente ligada a la catolicidad. Y esto lleva a otro planteamiento sobre el catolicismo en Falange. Y, a partir de aquí, las discusiones ideológicas que derivan evidencias, no sólo los desfases entre la doctrina fundacional y la realidad actual. Por que estamos en el período de los grandes bloques continentales.
Para afrontar el reto del «imperio americano» y de la globalización un solo Estado Nacional no basta. Carece de la «dimensión» adecuada. Esto no ocurría en 1933, ahora sí. Algunos falangistas lo percibieron incluso en los primeros tiempos del franquismo cuando la añoranza del Imperio reavivó la idea de «hispanidad» o de «comunidad hispánica de naciones».
Era una vía, desde luego, pero que ignoraba tres hechos fundamentales: la geografía que hacía que España estuviera alejada del Iberoamérica y que éste subcontinente, a partir de la Doctrina Monroe fuera coto privado de los EE.UU.; la propia actitud de los Estados iberoamericanos poco interesados en establecer vínculos preferenciales de tipo político con España que supusieran un menoscabo a la posición norteamericana: y, finalmente, los propios nacionalismos iberoamericanos que generaban innumerables focos de conflicto entre los países fronterizos (Argentina y Chile, Bolivia y Paraguay, Bolivia y Perú, Colombia y Panamá, Honduras y Guatemala) y por la situación interior de debilidad creciente de esos países (inestabilidad en los años 50, guerrillas en los 60, golpes de Estado en los 70, corrupción partitocrática en los 80, dependencia económica en los 90 y bancarrota en el siglo XXI).
Estaba claro pues que era preciso rectificar algunos aspectos de la doctrina falangista. Especialmente a partir de la muerte de Franco. Pero a principios de 1976, cuando tuvo lugar el Congreso Nacional Falangista, en la «Ponencia Internacional», David Jato siguió sosteniendo la negativa a orientar la política exterior del partido hacia Europa y a seguir insistiendo en los vínculos preferenciales con Iberoamérica. Bruscamente, en 2002, una de las fracciones falangistas, «La Falange», descubrió que Europa existía. Siguió sin rectificar la «política europea» contraria a la U.E., pero, eso sí, empezó a tener contactos con otros grupos europeos, frecuentemente contradictorios y enfrentados entre sí (Le Pen, el NPD, el grupúsculo italiano católico Fuoza Nuova) llegando a afirmar que había constituido un «frente Europeo prolongación del Frente Español»… ahí es na’.
La cuestión no era solo de «contactar» con otros grupos de manera superficial, sino de rectificar ideas respecto a la «cuestión nacional». España en 1975 estaba destinada a converger con Europa. Lo único que podía defenderse ya a partir de entonces era: 1) un acuerdo ventajoso para España en su integración a Europa y 2) una concepción particular de Europa que no tenía por qué coincidir con la oficial del entonces Mercado Común. Frente a la «Europa de los Mercaderes» y una «Federación de Estados Nacionales». En lugar de esto, la postura imperante en las distintas fracciones falangistas era, pura y simplemente, negar Europa, la integración en la U.E. y seguir afirmando la perspectiva iberoamericana.
Muy pocos en Iberoamérica tienen idea de lo que es la «Hispanidad ». A unos cuantos millones de argentinos, ecuatorianos, peruanos y colombianos, España solamente es la posibilidad de huir de la inestabilidad y la miseria. En algunos círculos falangistas a principios del 2000 se sostenía la absurda teoría – y entre los que lo sostenían figuraban algunas «cabezas pensantes» del sector– que era necesario estimular y admitir la inmigración iberoamericana en Europa para estimular la «españolización» de Europa. En efecto, la llegada masiva de inmigrantes andinos a Europa debería suponer un estímulo a la lengua y a la cultura española en el nuevo continente. Con análisis así no hacen falta estudios críticos. Ni siquiera enemigos...
LA CUESTION RELIGIOSA
Luego estaba la cuestión del catolicismo. José Antonio y Onésimo eran católicos. Ramiro, simplemente ateo. La mayoría de los militantes históricos, seguramente, eran católicos en un tiempo en el que el catolicismo era hegemónico en la sociedad española. Hoy no ocurre lo mismo. Desde los años 60 y, especialmente, a partir de las reformas conciliares, el catolicismo fue perdiendo influencia hasta ser hoy una comunidad religiosa en franca recesión y en evidente crisis abierta. Por lo demás, la crisis que la Iglesia está viviendo desde el inicio del papado de Juan Pablo II, se ha ido agudizando hasta comprometer la existencia de la institución que, en nuestra opinión, vive una crisis terminal. Esto, sin olvidar que, a partir de los años 50, los distintos sectores falangistas han hecho del Opus Dei una especie de «bestia negra»… ese mismo Opus que se ha convertido en uno de los pilares de la Iglesia en el período Wojtyla hasta el punto de, contra cualquier lógica y criterio, Roma ha elevado a la santidad al fundador de la secta.
Para un sector políticamente prudente, esta crisis terminal de la Iglesia debía forzar a la reflexión. Cada vez resultaba más evidente que había que situar al partido fuera de la influencia de la Iglesia… precisamente por que no se sabía –o más bien las intuiciones que se tenían eran absolutamente negativas– hacia donde iba a evolucionar la institución. Pero, contrariamente a esa lógica, los núcleos falangistas siguieron una evolución completamente diferente: los falangistas colaboradores con el franquismo, colaboraron luego con Blas Piñar, católico ante todo y católico tradicionalista en un momento en que la influencia de esta corriente en la Iglesia española eran mínimos; otros, como el FES siempre ligaron el catolicismo a su comunidad política; a partir de los años 80, la fracción FE(i) abundó en esa perspectiva; ya en el 2000, algunos elementos de la fracción La Falange, dieron muestras de estar más en la línea de Blas Piñar de 1977 que en la de la Falange histórica, sosteniendo, contradictoriamente, posturas tradicionalistas en lo religioso que no les impedían colaborar con el grupo valenciano España 2000, cuyo inspirador y «alma», José Luis Roberto, era el impulsor de ANELA, asociación defensora de los intereses de los propietarios de los puticlubs y entonces era mucho más conocido por esta actividad que por su ideología política (en septiembre de 2002, sobre 15 noticias almacenadas en la base de datos de EFE en las que aparece José Luís Roberto, 13 tenían que ver con la temática de los puticlubs y 2 con incidentes en el barrio valenciano de Ruzafa).
¿Qué puede pensarse de todo esto?
Las actitidudes de las distintas fracciones falangistas son, como mínimo, contradictorias en el terreno religioso y varían desde el indiferentismo, hasta los integristas religiosos, pasando por los que han optado por la inercia de seguir sosteniendo sin mucho interés los textos fundacionales en los que se alude al catolicismo. Pero no existen entre los documentos falangistas ninguno que haya denunciado la situación de crisis y desintegración de la Iglesia, optando, en consecuencia, por una política de alejamiento de la institución, sosteniendo una ética y una moral, pero no una confesionalidad.
En 2002 tuvimos la desagradable experiencia de discutir en un foro falangista en Internet con alguien que defendía la santidad de «Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer» (aun cuando el nombre que consta en su partida de nacimiento es José María Escriba Albas). La idea, apoyada en sus 8 años de estudios de teología, era que un Santo aprobado por el Papa era un verdadero santo, a despecho de que existiera un evidente (e incalificable) oportunismo en esta canonización y que existieran muchas personas que conocieron a Escriba personalmente y que pueden atestiguar que, como mínimo, fue una persona curiosa, pero muy alejada de la santidad. Pues bien, en la polémica terciada en ese foro falangista, apenas hubo respuesta a la santidad de Escriba. En otras palabras: una idea que hasta ese momento había estado muy clara –que el Opus Dei era una secta católica de extraños e incomprensibles comportamientos en lo personal y una trayectoria política neoliberal y, desde luego, históricamente antifranquista– ya no lo estaba tanto. En ese mismo foro se discutió sobre «España» y su origen histórico.
Algunos sosteníamos que España era anterior a la conversión de Recaredo y sobreviviría a la próxima e inevitable desintegración de la Iglesia. La estrecha vinculación entre España y la Iglesia fue real en un período de su historia (en el período Imperial), pero, antes de este período y después del mismo, no hay que exagerar la importancia histórica de la vinculación a Roma. En la Edad Media menudearon los conflictos entre las Ordenes Militares y Roma de un lado y entre el estamento caballeresco y el religioso de otro. Por lo demás, la Iglesia de aquel tiempo era muy diferente a la que salió de Trento y la Iglesia de Trento y la actual median distancias interestelares.
Identificando España con Catolicidad lo único que se logra es interpretar un período en la historia de España. Pero hubo un antes y un después, de la misma forma que hubo un origen y habrá un futuro. Los hispanos existían desde que la Península fue romanizada. La existencia de pueblos íberos y celtas es, incluso, una base para justificar la aproximación de la España moderna a Europa en donde también existían troncos étnicos similares. Pero Falange siempre ha eludido el planteamiento desde el punto de vista étnico. Y la perspectiva religiosa tiene un alcance limitado, especialmente en nuestros días en los que la crisis de la Iglesia y lo dudoso de la trayectoria que pueda seguir el sucesor de Wojtyla aconsejan, como mínimo ignorar cualquier referencia al catolicismo.
El problema era que las posturas fundacionales eran bastante confusas al respecto. Ya hemos recordado que Ramiro era ateo y José Antonio católico. El problema fue que los herederos de Falange debieron de optar por una línea o por otra. El FES, en el que reconocemos el intento más esforzado por perseguir la «pureza joseantoniana», el planteamiento sobre la cuestión religiosa en los años 60 era original. Citamos un fragmento de «Hacia una historia del FES»: «Precisamente esa cosmovisión le llevó a entender la política como algo completo, total. Es decir, se preparaba a la formación de una milicia que asumiera voluntariamente valores religiosos, semejante a una orden militar, y que sería el “ejército” encargado de hacer realidad los postulados falangistas. Esa vena de sentimiento religioso, donde se entendía que el sacrificio era camino de perfección contaba con la aceptación sin reservas de los dogmas católicos, no ya por tradición histórica inherente a los nacionalismos, sino por acto de aceptación voluntaria de lo que se entendía verdadero. De los textos de Primo de Primo de Rivera se desprende más una llamada al ejercicio personal del compromiso que a la simple participación política».
Y más adelante se amplían estos datos: «Sin ambigüedad alguna se llegaban a declarar “católicos, apostólicos y romanos sin ninguna reserva mental”. Desarraigar la espiritualidad falangista de los dogmas católicos podía conducir a una pseudorreligión” que, si en principio pasara por buena, no tardaría en producir hedor y pestilencia”. Se rechazaban posibles posturas de confusión mantenidas por sectores falangistas en la época republicana, en guerra y después de ella. Se trataba, evidentemente, de una decisión individual y voluntaria la aceptación o no de la doctrina católica para los falangistas. Había habido ejemplos de personajes agnósticos como Ledesma Ramos o Manuel Mateo, e incluso hay recogido algún caso aislado de repudio religioso lo que no deja de ser anecdótico.
De las tendencias menos religiosas de la Falange, y por lo que interesa a este estudio, estaba la de Ledesma Ramos, quien con su agnosticismo, llegó a contagiar a sectores falangistas muy posteriores, que veían la mordiente revolucionaria en el fundador de las JONS e intentaban identificar su “radicalismo revolucionario” con posturas poco religiosas. Conocidos como “ramiristas” estos sectores del falangismo contaron con la oposición radical del FES, quien a su vez recibía de ellos los improperios de “parecer más el Opus que de la Falange”, la calificación de “meapilas” o el tachar a alguna de sus publicaciones de “hoja parroquial”. El FES reivindicaba la conversión religiosa de última hora de Ledesma y tildaba de inconsistencia y no falangista la postura de estos “feroces guevolucionarios”, quienes fundamentalmente hacían gala de una de las constantes asignadas al fascismo: la del radicalismo verbal, y no resultaban novedosos pues a lo largo de la historia de la Falange ya habían surgido núcleos que se adscribían a Ledesma Ramos como el “auténtico revolucionario” de la ideología falangista. Los textos y la biografía de Ledesma se hacían con ópticas distintas según los intérpretes. Y aunque su figura fuera en ocasiones reivindicada por el FES, quedaba bastante apartado de su devocionario».
El asunto de las relaciones entre la Iglesia y el Estado lo tomaba el FES partiendo de su esquema ideológico, plena y exclusivamente joseantoniano, esto es, aceptando el magisterio de la Iglesia y teniendo por válido el planteamiento que se realizó durante la época republicana y que significaba la no interferencia en asuntos políticos concretos por parte de la Iglesia y de sus formaciones y, en contrapartida, la no intervención del Estado en asuntos propios de la vida de la Iglesia.
La norma programática 25 de Falange Española planteó problemas de conciencia para algunos militantes falangistas que aprovecharon la ocasión (caso del Marqués de la Eliseda) para abandonar la asociación política escudándose en el mencionado principio. El estudio pormenorizado de lo que significaba tal norma ha sido estudiado por Cecilio de Miguel en su libro «El pensamiento religioso de José Antonio» concluyendo ser admisible para la Iglesia el sentido de separación allí expresado. Pero ni siquiera en este punto ha existido unanimidad.
La postura de la Falange hacia la Iglesia había sido de sumisión en el terreno ideológico-moral y de separación de funciones en el político. Ya durante la guerra civil española y en los primeros años de la conflagración mundial se asistió a una lucha entre los sectores más totalitarios del partido y la jerarquía de la Iglesia católica, que acabó con el sometimiento de la Falange a las imposiciones eclesiales. Desde los primeros tiempos, las organizaciones del régimen consideradas más falangistas contaron con el claro influjo de la Iglesia católica
en sus presupuestos ideológicos y también con la participación de religiosos en sus quehaceres. En las formaciones juveniles y en los sindicatos existían asesores religiosos; la moral católica era asumida y estudiada en las parcelas más azules del régimen.
Todo ello no fue obstáculo para la antipatía hacia la Falange de prelados como Segura o Pla y Deniel y el apoyo de otros como Eijo y Garay. En las filas de la organización más falangista del Régimen, el Frente de Juventudes, se vivía un clima religioso aunque en modo alguno clerical, y las inclinaciones políticas más vaticanistas no eran precisamente juzgadas con benevolencia. Asimismo hubo motivo de discordia en la competencia que en el terreno juvenil planteaban organizaciones religiosas y que representaban el único contrapunto al monopolio de organización de jóvenes que suponía el Frente de Juventudes».
Para el FES resultaba de una claridad meridiana, como ya ha quedado expresado, que los fundamentos del pensamiento falangista pertenecían a la filosofía católica y que la revolución que habría que hacer en España sólo era posible con la aceptación de sus presupuestos espirituales. El pensamiento de José Antonio y el magisterio de la Iglesia eran, según decía el FES, las fuentes que utilizaba para fijar su postura. Se pedía, en consecuencia, la independencia de ambos estamentos vía complementariedad. La Iglesia no debía intervenir en asuntos políticos concretos de forma partidista, sus organizaciones laicas como la A.C., si adoptaban esa forma de participación quedaban expuestas a la “respuesta contundente” tal y como anunciaba el FES en sus publicaciones. El Estado tampoco debía inmiscuirse en cuestiones internas de la propia Iglesia como ocurría con el histórico Derecho de Presentación, que el régimen se obcecaba en mantener».
Es interesante constatar que el FES de los años 60 y principios de los 70, reconocía la “relajación del clero” (cuando en realidad habría que haber aludido a los primeros síntomas de crisis de la Iglesia). En el citado libro se escribe: “En consecuencia, para luchar contra la relajación del clero, se veía positiva la supresión de privilegios como exenciones fiscales o jurisdicción particular. Los bienes disponibles por parte de la Iglesia seguirían perteneciendo a ella condicionados al cumplimiento de una función social, en caso contrario habría que acudir a la incautación. El Estado debería controlar esos bienes para impedir su libre enajenación y, adelantándose en el tiempo, se pedía que la jerarquía eclesiástica decidiera, con el control estatal, si deseaba que el clero viviera de la caridad pública o impusiera el Estado a los ciudadanos católicos el pago de un impuesto. Se acoplaba el FES en lo referido a la doctrina a los cauces más tradicionales de la Iglesia católica, mientras que en el aspecto relativo al poder social que la Iglesia podía tener apuntaba soluciones mucho más progresistas».
Y, sobre el Opus Dei «Hacia una historia del FES» explica: «De entre las formaciones integrantes de la Iglesia católica por el papel que desde finales de los 50 representaron en la sociedad española y por las controversias habidas con la Falange hay que prestar atención preferente al Opus Dei. El enfrentamiento de falangistas con el Opus Dei era un viejo asunto que se ponía más de manifiesto ahora, cuando hombres vinculados a la Obra ocupaban puestos en el gobierno. No resulta extraño que hable Hermet de multiplicidad de grupos de “falangistas de izquierdas” cuando el ascenso de los opusdeístas. Pero tal planteamiento al FES le resultaba inválido y efectivamente lo era. La crítica contra el Opus Dei no se hacía por competencia de ocupar puestos en la Administración (a los que nunca optó el FES, ni por defender el sillón de francofalangistas a los que se criticó suficientemente su gestión ministerial) sino por entender, con evidente error de apreciación, que esa organización religiosa había fracasado.
Así, no resulta acertada la consideración de Ernest Milá acerca de que “El FES fue el enemigo jurado del Opus Dei al que vio siempre como la vanguardia confesional del capitalismo y como la bestia negra de la Falange...” porque si hay mucho de cierto en cuanto a lo primero, para el FES quedaba claro que la lucha por el control de los resortes del poder se hacía entre miembros del Opus y francofalangistas a los que el grupo falangista criticaba y despreciaba como elementos falsificadores de la verdadera Falange (se nos permite aprovechar para seguir sosteniendo la postura que sosteníamos cuando escribimos aquellas líneas, diremos que el autor de «Hacia una historia del FES» se muestra excesivamente puntillista y no terminamos de entender qué intenta decirnos, cuando dábamos por supuesto que los miembros del FES hacían una distinción entre ellos y los francofalangistas, pero no por ello ignoraban que el Opus Dei se estaba haciendo con el control del Estado franquista. Podemos añadir ahora que la crítica que puede hacerse a los miembros del FES de la época es no haber tenido claro que el régimen no era algo homogéneo sino que existían facciones, algunas de las cuales pertenecían al mismo tronco que el propio FES y otro no. Se podía hablar –y de hecho se habló con los primeros– pero era imposible encontrar territorios comunes con el Opus.
La crítica que se realizaba entraba más en las consideraciones éticas que políticas, eso al menos se desprende de los razonamientos hechos en las publicaciones del grupo falangista sobre el tema. Resulta curioso, por otra parte, que en las filas del grupo falangista se estableciera como libro de cabecera «Etica y estilo falangistas» un texto al que casi todos ven en su forma y por su función con claros influjos del «Camino» de Monseñor Escrivá de Balaguer.
«Concluyendo podríamos decir que el molde elegido era puramente joseantoniano, que al analizar cualquier situación se requería del pensamiento de Primo de Rivera y sobre todo que se buscaba el «estilo» del falangista, desvirtuado durante el paso de los años por las traiciones y por el sentimiento acomodaticio que había acompañado el transcurrir falangista. Aquello semejaba más el intento de una orden religiosa que un partido político. Curiosamente relanzaban y vivían el catolicismo inherente a su doctrina, lo que podía resultar chocante con otras actitudes presentes en la historia de la Falange. El idealismo del grupo, en el que predominaban los jóvenes, les hacía vivir la política como una obligación de servicio hacia la construcción de una sociedad nueva, entendiendo ésta con los parámetros propios de la juventud. Sin embargo tales pensamientos tenían fuertes barreras que vencer porque la juventud de los sesenta y setenta no se encontraba motivada precisamente por las ideas que proclamaba el FES».
El FES fue, de entre todos los grupos falangistas, el único que logró realizar una síntesis entre militancia política y credo religioso. Para el resto de grupos falangistas, de dentro y fuera del movimiento, la religión apenas era otra cosa que una opción personal que tenía poco que ver con la política. Ciertamente, todos aceptaban cierta influencia del catolicismo en Falange,
pero, en general, sin llegar a los extremos de Blas Piñar y Fuerza Nueva para quien todo giraba en torno al hecho religioso. En algunos casos, las referencias al catolicismo eran pura inercia; así por ejemplo, Pedro Conde, líder de la «Autèntica», entrevistado por «Interviú», cuándo le preguntaron en qué se diferenciaba su ideología del marxismo, solo acertó a decir: «En lo espiritual», que era como no decir nada o como el reclamo de una sesión de espiritismo según se mirara. Otros eran ateos. Y progresivamente fue ganando espacio cierto indiferentismo religioso. En la actualidad, en los distintos grupos falangistas se encuentran todas las tonalidades religiosas posibles: desde musulmanes hasta algún que otro budista disperso, desde católicos integristas del «nada sin Dios», hasta ateos matacuras, pasando por indiferentistas, católicos no practicantes, católicos practicantes, católicos medianamente practicantes, etc., etc., etc. En este tema, como en botica, en las fracciones falangistas actuales hay de todo. Y ese «todo» no es más que un reflejo de las distintas corrientes fundacionales.
Si nos hemos extendido en la posición del FES es por que consideramos que aporta más matices que cualquier otra y que podía ser aceptable a mediados de los 60… pero no ahora, cuando la crisis de la Iglesia y el estado de desintegración interior es de tal magnitud que resulta absolutamente imposible hablar de «magisterio», cuando la estructura ritual se encuentra empantada desde hace 30 años, el clero es una especie en vías de extinción y Wojtyla se ha enrocado en unas pocas posiciones intransigentes (rechazo a cualquier forma de aborto y contracepción, negativa del sacerdocio femenino, no al divorcio, etc.) que resultan muy atractivas para los sectores conservadores y les hacen olvidar la destrucción de la liturgia o la cada vez más alarmante falta de vocaciones. La crisis de la Iglesia aparece hoy a muchos ojos como terminal. Hablar sobre la «España Católica» es aludir a la historia; en el presente España es un paraíso laico en el que la relativa hegemonía católica no es más que pura inercia, pero en el que el peso de la Iglesia va desapareciendo progresivamente.
DOCTRINA ECONOMICA
Henos aquí ante uno de los aspectos, posiblemente más interesantes, pero también más controvertidos, de la doctrina nacionalsindicalista. Por que si bien inicialmente quedaba claro que se contestaba en los años 30 a las concepciones socialistas y capitalistas, tampoco estaba muy claro cuáles eran las respuestas en positivo.
Una aproximación a lo que suele ser un programa político fue incluído en el manifiesto titulado «El movimiento JONS quiere», entre cuyos puntos se encuentran las bases de lo que luego será considerada la doctrina económica nacionalsindicalista. Véase:
«(...) 9. -La sindicación obligatoria de todos los productores, como base de las corporaciones hispanas de Trabajo, de eficacia económica y de unanimidad social española que el Estado nacional -sindicalista afirmará como su primer triunfo.
10. -El sometimiento de la riqueza a las conveniencias nacionales, es decir, a la pujanza de España y a la prosperidad del pueblo.
11. -Que las corporaciones económicas y los Sindicatos sean declarados organismos bajo la especial protección del Estado.
12. -Que el Estado garantice a todos los trabajadores españoles su derecho al pan, a la justicia y a la vida digna.
13. -El incremento de la explotación comunal y familiar de la tierra. Lucha contra la propaganda antinacional y anárquica en los campos españoles.
16. -Penas severísimas para aquellos que especulen con la miseria y la ignorancia del pueblo.
Sesenta años después un grupo de epígonos del jonsismo reinterpretaron este manifiesto, sin avisar de que se trataba de una reelaboración y que habían cambiado el orden de los conceptos y los conceptos mismos. Lo que había quedado fue lo siguiente:
- Nacionalización de los transportes, como servicio público notorio.
- Control de las especulaciones financieras de la banca.
- Garantía democrática de la economía popular.
- Regulación del interés o renta que produce el dinero empleado en las explotaciones de utilidad nacional.
- Democratización del crédito, en beneficio de los sindicatos.
- Agrupaciones comunales y de las industrias modestas.
- Abolición del paro forzoso, haciendo del trabajo un derecho de todos los españoles, como garantía contra el hambre y la miseria.
- Igualdad ante el Estado de todos los elementos que intervienen en la producción (capital, trabajo y técnica).
- Justicia rigurosa en los organismos encargados de disciplinar la economía nacional.
- Abolición de los privilegios abusivos e instauración de una jerarquía del Estado que alcance y se nutra de todas las clases españolas.
- Rotunda Unidad de la Patria.
- Imposición a las personas y a los grupos sociales el deber de subordinarse a los fines de la Patria.
- Máximo respeto para la tradición religiosa de nuestra raza.
- Expansión de España y política nacional de prestigio en el extranjero.
- Suplantación del régimen parlamentario por un régimen español de autoridad, que tenga su base en el auxilio moral y material del pueblo.
- Propagar la cultura hispánica entre las masas.
- Sometimiento de la riqueza a las conveniencias nacionales y a la prosperidad del pueblo.
- Extirpación radical de las influencias extranjeras.
Era evidente que se daba la máxima importancia a los conceptos económicos y sociales, frente a los nacionales. Pero también era evidente que se ignoraban las tendencias y enseñanzas derivadas de la aplicación de algunos de estos principios. Hablar en los años 80 de «extirpación radical de influencias extranjeras», parecía, cuanto menos ingenuo en un mundo que cabalgaba aceleradamente hacia la globalización irreversible.
Podríamos ir punto por punto demostrando la inviabilidad de la mayoría de propuestas, pero lo que nos interesa aquí es resaltar la tendencia de algunos falangistas que creían que la colaboración de Falange con el franquismo les sería perdonada a condición de que colocaran en primer lugar los contenidos económico- sociales de su programa. Craso error por que en esos momentos la izquierda navegaba aceleradamente hacia posturas neoliberales en lo económico. Y, por lo demás, en el citado manifiesto seguían apareciendo referencias que ya entonces estaban fuera de lugar (cuestión religiosa, referencias a la «expansión» de España, «régimen español de autoridad», etc.). Por que Falange lo que a lo largo de toda su trayectoria no ha podido evitar es la búsqueda subjetiva de una vía propia, al margen de que esa vía estuviera o no contestada por toda la sociedad. No está claro que es lo que podría traer de beneficio, por ejemplo, la «nacionalización de la banca y del servicio de crédito», muletilla que aparece en todos los programas de todas las fracciones falangistas. Ni siquiera está claro si eso sería posible. No está claro que las nacionalizaciones y las estatizaciones aporten un beneficio a la economía nacional, más bien todo lo contrario. Pero, sobre todo, lo que no está claro en ninguno de los documentos ideológicos o doctrinales es exactamente cómo se iba a realizar el tránsito de un Estado liberal capitalista a un Estado Nacionalsindicalista. Y cuando alguien ha intentado explicarlo, el salto al vacío aparecía de tal magnitud que lo más razonable era lo aconsejado por la sabiduría popular: «Más vale malo conocido que bueno por conocer».
Pero, lo que es peor, es que durante los sesenta y tantos años de vida de Falange el capitalismo ha cambiado extraordinariamente de rostro. Lejos de humanizarse, se ha mundializado, ha llevado prosperidad a unas zonas, pero ha desertizado otras, ha elevado el nivel de vida de la población, pero también agudizado las desigualdades sociales. Las gigantescas acumulaciones de capitales y su estructura multinacional hacen imposible que en un pequeño país pueda abordarse una serie de aventuras revolucionarias con mínimas garantías de éxito.
En su afán de encontrar los caminos de una «economía social», los falangistas se han dedicado a dar fórmulas inaplicables que, cada vez más, desconsideraban la situación de la economía real y la evolución acelerada del sistema capitalista. Podemos dudar sobre si las soluciones económicas propuestas por el nacionalsindicalismo hubieran sido aplicables y hubiera tenido éxito en su época, pero lo que no podemos dudar es que en la actualidad tales medidas están completamente fuera de lugar y no responden a las necesidades económicas reales. Para colmo, buena parte de las medidas propuestas (sindicación obligatoria, por ejemplo, chocan con los stándares generalmente admitidos en nuestros días y ofrecen la sensación de ser algo «demodé», rancio y fuera de lugar. Por que no basta con desear un mejor régimen de justicia social, hace falta que ese modelo sea aplicable, adaptado a la realidad de cada momento, posibilista y, sobre todo, que no suponga una aventura de problemático desenlace. Pues bien, ninguno de los sectores falangistas ha logrado jamás –ni siquiera la Falange fundacional– disipar la sensación de irrealismo y aventurerismo de sus propuestas políticas.
Cuando en los 27 puntos de Falange del 9º al l6º están agrupados bajo el epígrafe «Economía, trabajo, lucha de clases», su lectura nos confirma en la inadecuación al momento presente de las concepciones económicas nacionalsindicalistas. Concebir a España como un gigantesco sindicato de productores y organizar corporativamente a la sociedad española (punto 9) carece de sentido en un momento en que el peso de la actividad económica se ha desplazado de la producción de bienes y el campo, al sector servicios. El trabajo industrial y el sindicalismo que le era implícito quedan muy lejos. Por lo demás, Falange es presa de la ideología de la época basada en la absolutización del trabajo y en creer que la única actividad digna que puede realizar un ser humano es el trabajo, solo el trabajo y nada más que el trabajo.
Así mismo en el punto de 10 se evidencia, igualmente, la influencia de una época en la que el movimiento obrero estaba controlado por el marxismo. En 1990, la caída del Muro de Berlín, selló la muerte del comunismo. Por lo demás cuando en ese mismo punto, José Antonio escribía: «Repudiamos el sistema capitalista, que se desentiende de las necesidades populares, deshumaniza la propiedad privada y aglomera a los trabajadores en masas informes propicias a la miseria y a la desesperación», no preveía que dos décadas después ese capitalismo iba a dar acceso al proletariado español a los bienes de consumo y a la propiedad de la vivienda. El drama no era que el capitalismo depauperara a la clase obrera, sino que había hecho del obrero algo mucho peor: lo ha transformado en un productor alienado y, a la vez, en un consumidor integrado. Algo que José Antonio no previó.
Así mismo, en el punto 11 se evidencia el mito corporativo de la «armonización posible entre trabajo y capital»: «Nuestro régimen hará radicalmente imposible la lucha de clases, por cuanto todos los que cooperan a la producción constituyen en él una totalidad orgánica». Ciertamente, este planteamiento podía ser justo en una sociedad en la que el patrono y el obrero se conocían perfectamente y existía una proximidad entre ambos, pero no, desde luego, en una sociedad en la que los grandes consorcios industriales hacen que el obrero, el cuadro técnico, incluso el director de una empresa conozcan a los propietarios del accionariado. Los fundadores no supieron anticiparse al gigantismo de la economía y a la aparición de una economía financiera y especulativa casi completamente desvinculada de los procesos de producción.
En los puntos 12 y 13, son propuestas para alcanzar un régimen de justicia social, pero el punto 15 alude a algo que ya hoy no puede ser sostenido -a pesar de que lo sostienen todos los partidos y movimientos políticos-. En efecto: «Todos los españoles tienen derecho al trabajo. Las entidades públicas sostendrán necesariamente a quienes se hallen en paro forzoso. Mientras se llega a la nueva estructura total, mantendremos e intensificaremos todas las ventajas proporcionadas al obrero por las vigentes leyes sociales». Un orden de ideas que se amplía en el punto 16: «Todos los españoles no impedidos tienen el deber del trabajo. El Estado nacionalsindicalista no tributará la menor consideración a los que no cumplen función alguna y aspiran a vivir como convidados a costa del esfuerzo de los demás». Todo esto apenas tiene sentido hoy cuando es innegable la aparición de un fenómeno nuevo «La muerte del trabajo».
Puede ser un drama constatarlo, pero es una realidad. El trabajo está muriendo. Ciertamente cada día se crean nuevos puestos de trabajo, pero si observamos las cifras absolutas, en 20 años se ha duplicado la capacidad productiva, pero la ocupación solo ha ascendido un 5%. ¿Qué quiere decir esto? Que cada vez menos personas hacen más trabajo. ¿Por qué? Por la automatización de los procesos. Constatar este hecho es el elemento sociológico de mayor interés en nuestro tiempo.
Llama la atención que, justo en el momento en que el trabajo está agonizando, éste se ha convertido en un mito universal: tanto la derecha, como el centro, como la izquierda veneran el trabajo, considerado como una obligación social. Todos los partidos lanzan medidas para «estimular el trabajo», «cortar el fraude en el desempleo», «reciclar trabajadores», etc. Ninguno explica –acaso por que en su estupidez no lo advierten– que el resultado de la era tecnotrónica es la eliminación progresiva del trabajo físico.
En los campos hace 10 años eran precisos 12 trabajadores para realizar la vendimia de 1 hectárea. Hoy, ese mismo trabajo se realiza mediante una máquina provista de sensores que detectan los racimos y otra persona que, a pie, examina si ha quedado algún racimo no detectado. En la construcción hace 20 años ladrillo a ladrillo se construía una cosa; hoy se tiende a las estructuras prefabricadas. Incluso en los autobuses hasta no hace mucho había un conductor y un cobrador y dentro de poco solamente habrá un programa que llevará a los pasajeros al destino de la línea guiado por balizas. El trabajo agoniza. Pero nunca como ahora se ha rendido tal culto al trabajo. El culto al trabajo pertenece a la mitología moderna. Es universal: pero es un mito.
Diariamente legiones de desempleados viven un drama que todavía parecen no haber entendido: están dispuestos a vender una fuerza trabajo… que nadie está interesado en comprar. Esas personas van a engrosar las filas del desempleo y la asistencia social o aceptan realizar trabajos mal remunerados, que no precisan cualificación profesional y para los cuales deben competir con otros miles de trabajadores. El resultado es un descenso del precio de la fuerza del trabajo y la proliferación de trabajos-basura que se remuneran con salarios-basura que apenas permiten una mínima subsistencia.
En los últimos 20 años hemos asistido a una mutación imperceptible pero continua. Paralelamente a la muerte del trabajo, está en trance de morir también la economía de producción que se convierte progresivamente en economía de especulación. En las bolsas, la locura inversionista no tiene nada que ver con la economía productiva. Antes, los inversores invertían en tal o cual empresa por que creían en las posibilidades productivas de esa empresa que se reflejarían a la hora de repartir dividendos. Ahora todo esto ha cambiado: se invierte en bolsa solo durante unas horas, luego el dinero, al registrar una leve subida, se retira y la diferencia entre el valor en el momento de la inversión y el registrado dos horas después, ya constituye un beneficio notable. Luego el dinero migra a otras empresas, en otras fronteras, en otras bolsas… No existe ninguna relación entre la economía productiva y la especulación financiera. Estas prácticas especulativas no hacen sino acelerar la muerte del trabajo.
En primer lugar hay que considerar a la muerte del trabajo como algo irreversible: los procesos de automatización irán avanzando y empequeñecerán progresivamente el mercado del trabajo. Este proceso no es bueno, ni malo: es bueno si se reconoce en su verdadero rostro y se actúa en consecuencia. Es malo, en la medida en que los partidos políticos mienten y se niegan a decir a la población la realidad de la muerte del trabajo. Imaginemos una sociedad en la que el trabajo no sea el gran valor universal. Hay otras actividades humanas, que no rinden beneficios económicos, pero que son indispensables para el equilibrio psicológico de la vida humana: el ocio, el estudio, la investigación, el ejercicio de la paternidad, todas estas actividades pueden disponer de un tiempo liberado en una sociedad en la que el trabajo haya muerto.
Por que resulta evidente que en estas circunstancias hay que reducir las jornadas laborales (trabajar menos para trabajar todos) y aumentar las ayudas sociales del Estado. ¿Es posible un programa basado en estos dos puntos? Es cada vez más posible. Basta con reconocer los hechos, estimular los canales educativos de la población y realizar una mejor distribución de los ingresos del Estado que debe aumentar sus ingresos castigando impositivamente a la economía especulativa. Reconocer que le trabajo está muriendo es reconocer también que hay que desterrar de los programas de los partidos políticos de nuevo estilo, cualquier referencia al culto al trabajo, es preciso ser realistas: el trabajo es una actividad como otra cualquiera. Ciertamente desde el nazismo cualquier partido político ha promovido un «culto al trabajo». Y esto ha generado una distorsión de la realidad: por que el trabajo no es la única tarea que puede realizar el ser humano.
Afortunadamente la vida humana es extremadamente rica en matices. A parte del trabajo existen muchas formas de actividad: la creación artística, el ocio, la investigación, el aprendizaje, el estudio, cuya naturaleza es muy distinta de la del trabajo y que, habitualmente, es generada por intereses no económicos. La muerte del trabajo es una de esas formas que adquiere la norma aconsejada por Julius Evola de «cabalgar el tigre»: por que si bien la muerte del trabajo es una tragedia, lo es, sobre todo, para la sociedad burguesa surgida de la Ilustración y de la práctica político-económica del siglo XIX, pero para aquellos que queremos un mundo nuevo y original en el que la posibilidad de no morirse de hambre no se dé necesariamente a
cambio de la de morirse de aburrimiento. En 1965 Herbert Marcuse estableció que la diferencia entre nuestra época y las anteriores, consistía en que ahora era posible la realización práctica de los ideales utópicos dado el crecimiento de las fuerzas productivas. Marcuse se adelantó casi 40 años a su tiempo: para que la utopía fuera posible era preciso una mayor automatización de los procesos productivos… y una decidida voluntad de contener el crecimiento de la economía especulativa. Eso no ocurría en 1965, pero si ocurre hoy.
La utopía es posible, pero a condición de adoptar unas medidas drásticas: en primer lugar es necesario, cortar radicalmente el flujo de inmigrantes a la UE, luego invertir la tendencia y proceder a la repatriación progresiva de los inmigrantes. La consigna en este terreno es: «Españoles primero». Así se pone coto al crecimiento de población que pretende vender su fuerza de trabajo y, en consecuencia, el valor del mundo aumenta. La segunda medida es la reducción drástica de los horarios de trabajo. Hoy es posible descender esos salarios a menos de las 35 horas semanales. Por lo demás, las reducciones de horarios deben ir acompañadas por medidas sociales: subvención al trabajo en el hogar, protección a la familia, etc. Así mismo las coberturas por desempleo, lejos de disminuir como ha ocurrido hasta ahora, deben aumentar. Y todo esto que implica un fuerte aumento del gasto público, se obtiene mediante una mayor distribución de la renta del Estado.
Finalmente la utopía es posible a condición de poner coto a la economía especulativa. La tasa Tobin parece una medida oportuna, pero no la única. Es preciso gravar impositivamente las grandes acumulación de capital. Es imposible abolir el capital, pero si es posible orientar al capital hacia la inversión en lugar de hacia la especulación. Las rentas no procedentes de la especulación deben restringirse al máximo. Hoy, la utopía es posible, pero la utopía ya no está en la nueva izquierda sino que pasa por quien tenga el valor de denunciar el principal hecho de nuestro tiempo: la muerte del trabajo.
SINDICALISMO
Hay que recordar que la doctrina de la Falange es el «nacionalsindicalismo». Menudo drama el de una organización en la que el «sindicalismo» es el eje doctrinal… pero que es inexistente en el mundo sindical. Sobre este tema hemos oído verdaderas barbaridades. Todavía no hemos podido olvidar como en el Congreso Nacional Falangista en la ponencia de organización se sostenía la absurda y peripatética idea de que ¡el partido debía de ser la «correa de transmisión del sindicato » y no a la inversa tal como era habitual!. Esta forma de hacer «obrerismo» no supuso en modo alguno un avance de las fracciones falangistas de la época en el mundo del trabajo, pero si sumió a la organización en un caos en cuanto a «modelo de partido». Por que, incluso en 1976, ya no existía nada que pudiera llamarse «sindicato falangista», fuera, claro está de los «Sindicatos Verticales» iniciales y de la «Organización Sindical» posterior, estructuras ambas del régimen franquista.
Ni las Centrales Obreras Nacional Sindicalistas (de las que existieron varias versiones a partir de 1975), si la Unión Nacional de Trabajadores (ligado a la tendencia «histórica» de Fernández Cuesta entre 1977 y 1980) lograron tener relevancia alguna, como tampoco la Acción Nacional Sindicalista de Trabajadores (dirigida por Antonio Asiego Verdugo, primero hedillista, luego fuerzanuevista, más tarde expulsado y en guerrilla y finalmente en el entorno de Ruiz Mateos –quien tardará en olvidarlo– y, finalmente creador de un Partido Nacionalista Español en pleno 2002), lograrán que sus «sindicatos» superen la etapa subgrupuscular. En la transición no existieron sindicatos falangistas dignos de tal nombre. Antes, en los años 60, hubieron conatos y momentos en los que, efectivamente, existió cierta presencia azul en los movimientos de oposición al sindicalismo franquista. En estas iniciativas Ceferino Maestu siempre tuvo un especial relieve. Entre los primeros núcleos de Comisiones Obreras, se suele contar, que existieron algunos falangistas. Maestu creó la Unión de Trabajadores Sindicalistas en 1963 como resultado de la reflexión que realizó en el opúsculo «La Falange y los Sindicatos Obreros». Las ideas básicas eran dos: repasar las vinculaciones de la Falange histórica con el sindicalismo (haciendo especial énfasis en las iniciativas jonsistas) y utilizar estos argumentos para reivindicar un lugar en el movimiento obrero. Maestu, por supuesto, no establecía ningún vínculo entre la Falange y el régimen de Franco. Criticaba la realidad obrera de la época con más de medio millón de parados y dos millones de emigrantes. Pero eludía lo esencial: que ya en aquel momento no existían grandes núcleos obreros falangistas, e incluso que, más bien, en los círculos de la Guardia de Franco lo que existían eran núcleos obreros favorables y olaboradores con el régimen. La que ya en la época los falangistas olvidaban era que no bastaba con querer defender los intereses de los trabajadores, había que tener presencia militante entre las clases trabajadoras. El drama consistía en que esa presencia era mínima y, por una extraña contradicción, contra más pequeños han sido los núcleos falangistas siempre han tenido más tendencia a acentuar sus tendencias «obreristas» y «sindicalistas».
Maestu fundó la revista «Sindicalismo» que con sucesivas «épocas» siguió existiendo hasta bien entrada la transición. El primer número apareció en el año 64 y, cuentas las crónicas que se agotó con facilidad. De esa primera época solo pudieron publicarse cinco números. Ese mismo año Marcelino Camacho y Julián Ariza, ya militantes comunistas, frecuentaban el Círculo Manuel Mateo, en donde se encontraban con Narciso Perales, Maestu y otros disidentes falangistas. Se había producido la huelga de los mineros de La Camocha y los núcleos comunistas estaban impulsando una incipiente red que en pocos meses se transformaría en Comisiones Obreras. La esperanza de los falangistas era poder dar a este nuevo movimiento un cariz nacional-sindicalista. Pero los desacuerdos eran muchos. Camacho y Ariza que se presentaban como «socialdemócratas », ya estaban militando en el Partido Comunista.
Fue en esa época cuando Maestu se alejó del ambiente falangista. Siguió existiendo una intención de crear un movimiento falangita de oposición sindical en la iniciativa de Perales de constituir un Frente Nacional de los Trabajadores. Llama la atención que, mientras la estrategia comunista consistía en ganar peldaños en la Organización Sindical, el FNT descartó cualquier contacto con el sindicalismo del régimen. Tal era la diferencia entre el pragmatismo y el fundamentalismo. Y tal fue, sin duda, el motivo por el que los resultados fueron diferentes: mientras FNT desapareció pronto, CC.OO. goza hoy de buena salud.
En 1964 FNT hacía del desmantelamiento del capitalismo la piedra angular de su estrategia sindical. Era la época del 600 y de las hipotecas y pocos estaban dispuestos a oír mensajes tan radicales. Y, por lo demás, lo que FNT pretendía tampoco estaba tan alejado de la Organización Sindical. Buscaban un «sindicato único, representativo y obligatorio». Esto se completaba con la muletilla sobre la «nacionalización de la banca » y esa otra de «la tierra para el que la trabaja». Había mucho de utopía y quizás mucho más de demagogia no percibido por sus difusores. En 1966, la FNT pasó a llamarse Frente Sindicalista Revolucionario y a ostentar como símbolo la espiral dextrógira. Eran los tiempos en los que el FES y el FSR mantenían estrechos vínculos. Pero, por las razones que fueran –y hay versiones para todos los gustos– en 1967, se había producido una crisis que llevó al alejamiento de Perales y a una progresiva autonomía de FSR en relación al FES y a la progresiva erradicación de la presencia falangista en el mundo obrero. Por que el FSR en 1967-68, oficialmente, ya había abandonado cualquier referencia falangista. Los intentos de reconstruir sindicatos falangistas en la transición se saldaron con fracasos. Siempre el verbalismo revolucionario anticapitalista fue parejo a la infecundidad de las iniciativas: la «Auténtica» tuvo sus sindicato, las JONS reconstituidas en 1975 tuvieron el suyo, FE-JONS de Raimundo tuvo el suyo, incluso Fuerza Nueva lo tuvo… pero, en suma, todo esto fue poco, apenas nada.
Esto no hubiera sido muy grave de no ser por que dos factores. En primer lugar por que la vertiente más «social» de las distintas fracciones falangistas intentaba siempre aludir al «sindicalismo» sin darse cuenta de que esas ideas caían en saco roto y no estaban destinadas a ser recogidas por ningún sector social en concreto; y en segundo lugar por que el mensaje de un partido que se decía «nacionalsindicalista» y carecía de implantación en el mundo sindical era, prácticamente, un chiste.
Aún hoy, los núcleos falangistas más obtusos, recomiendan a sus afiliados que se afilien a estructuras sindicales inexistentes más allá del papel con la contrapartida de que, al hacerlo, carecen por completo de «protección» sindical.
En fin, este terreno –extremadamente pedestre, por lo demás– no debería aparecer en este capítulo de no ser por la componente «sindicalista» del falangismo que está incorporada a su médula ideológica. Ya hemos recordado que Ramiro dio un giro «sindicalista» a su movimiento en la medida en que pensaba que era posible «nacionalizar a la clase obrera» y esta se encontraba, mayoritaria-mente encuadrada dentro del sindicalismo anarquista. La forma ideológica del falangismo se llamó nacionalsindi-calismo solamente por que el anarcosindicalismo era una fuerza que se juzgaba que podía ser «nacionalizada». Nuevamente el error acompañó el análisis. Por que lo que era cierto en 1933, dejo de serlo en la postguerra. El sindicalismo anarquista desapareció en los años 50, no estaba adaptado a las exigencias de la lucha clandestina, ni pudo superar en su revival de 1976, las infiltraciones policiales, la confusión interior y el crecimiento desorganizado. Murió víctima de todo ello si bien todavía existe hoy una CNT que rivaliza en indigencia sindical con los distintos núcleos falangistas. Y al observar a las distintas fracciones falangistas, cada vez más se experimenta una irreprimible tristeza al constatar que incluso el enfoque ideológico –el «sindicalismo»– está periclitado y que lo más increíble de este sector sea su obcecación en seguir siendo considerado «nacionalsindicalista» cuando carece casi completamente de base obrera. Llueve sobre mojado, por que ya en los años 60 ¿qué credibilidad podían tener unos núcleos sindicales falangistas que afirmaban defender el «sindicalismo obligatorio y único»… cuando ese sindicalismo era precisamente el oficialista. Claro que uno hablaba de destruir al capitalismo y el otro no. No habían advertido que la clase obrera europea y la española en particular, cada vez estaban menos interesada en desmontar al capitalismo.
FORMA DE ESTADO
El mismo drama que tenía lugar en el mundo sindical se producía en cuando a la concepción del Estado. La democracia orgánica de Franco había llevado a la práctica un amago de Estado Nacionalsindicalista. Explicar que el Estado franquista no era el falangista, explicando a continuación que Falange quería organizar la sociedad en base a las «agrupaciones naturales, familia, municipio y sindicato», era situar a la población ante una confusión, porque eso mismo era lo que había hecho Franco. Si, claro, estaba la cuestión del capitalismo y todo lo demás, pero, insistimos ¿a quién le interesaba? En el fondo toda la teoría sobre la revolución nacionalsindicalista era un buñuelo de viento, una discusión situada entre el nunca jamás y la nada por que no existía ninguna posibilidad de que Falange liderase tal proceso si es que alguna vez se producía. Las distintas fracciones falangistas no entendían que era peligroso tomar los deseos por realidades. En sus arrebatos sociales, todas las fracciones falangistas estaban de acuerdo en la necesidad de una perspectiva social y en definir un nuevo modelo de Estado. Y sobre este segundo punto, el que proponían se parecía demasiado al que proponía Franco. Si a esto añadimos que la TV terminaba por la noche con el Cara al Sol y el retrato de José Antonio, se verá que difícilmente tal intento de diferenciación entre franquismo y falange podía ser creíble. Pero, en el fondo, ¿qué se pretendía?. Ramiro Ledesma en el Manifiesto de la Conquista del Estado, un texto prefalangista, explica el concepto de Estado: “SUPREMACÍA DEL ESTADO.—El nuevo Estado será constructivo, creador. Suplantará a los individuos y a los grupos, y la soberanía última residirá en él, y sólo en él. El único intérprete de cuanto hay de esencias universales en un pueblo es el Estado, y dentro de éste logran aquéllas plenitud. Corresponde al Estado, asimismo, la realización de todos los valores de índole política, cultural y económica que dentro de este pueblo haya. Defendemos, por tanto, un panestatismo,
un Estado que consiga todas las eficacias. La forma del nuevo Estado ha de nacer de él y ser un producto suyo. Cuando de un modo serio y central intentamos una honda subversión de los contenidos políticos y sociales de nuestro pueblo, las cuestiones que aludan a meras formas no tienen rango suficiente para interesarnos. Al hablar de supremacía del Estado se quiere decir que el Estado es el máximo valor político, y que el mayor crimen contra la civilidad será el de ponerse frente al nuevo Estado. Pues la civilidad -la convivencia civi- les algo que el Estado, y sólo él, hace posible. ¡¡Nada, pues, sobre el Estado!!»
En este terreno se permanece pues en plena ortodoxia fascista, sin más matices. En los años siguientes no se producirían cambios excesivos en la doctrina del Estado. Así por ejemplo el 1 de junio de 1934 (cuando el partido aún no había cumplido un año de vida, José Antonio Primo de Rivera y Pedro Sainz Rodríguez, un hombre de la derecha acordaron los siguientes puntos en relación a la forma de Estado: «(…) 3º. El Estado español no estará subordinado a ninguna exigencia de clase. Las aspiraciones de clase serán amparadas condicionándolas al interés total de la nación. (…) 5º.- La condición política del individuo se justifica solamente cuando cumple una función dentro de la vida nacional. Por tanto, se proscribe el sufragio inorgánico y la necesidad de los partidos políticos como instrumentos de intervención en la vida pública. 6º. La representación popular se establecerá sobre la base de los municipios y de las corporaciones. (…) 8º. Ante la realidad histórica de que el régimen religioso y el sentido de la catolicidad son elementos sustantivos de la formación de la nacionalidad española, el Estado incorpora a sus filas el amparo a la religión católica, mediante pactos previamente concordados con la iglesia. 9º. Será fin primordial del Estado recobrar para España el sentido universal de su cultura y de su historia. 10º. La violencia es lícita al servicio de la razón y de la justicia».
Como puede verse se permanecía en las mismas coordenadas. Lo interesante de este documento es, el acuerdo en sí (con un conspicuo representante de la derecha) que parecía desdecir el «ni derechas ni izquierdas» y el contenido en la medida en que se definía un modelo de Estado típicamente fascista, con la coletilla católica por añadidura. En un texto más tardío, las posiciones seguían sin cambiar. Se hacía, como en este artículo extraído de la edición de «Arriba » correspondiente al 04.04.35, énfasis en los sindicatos y en la cuestión social, pero en un lenguaje que indicaba poca comprensión sobre la realidad de los sindicatos obreros de la época: «Los sindicatos son cofradías profesionales, hermandades de trabajadores, pero a la vez órganos verticales en la integridad del Estado. Y al cumplir el humilde quehacer cotidiano y particular se tiene la seguridad de que se es órgano vivo e imprescindible en el cuerpo de la Patria. Se descarga así el Estado de mil menesteres que ahora innecesariamente desempeñan. Sólo se reserva los de su misión ante el mundo, ante la Historia. Ya el Estado, síntesis de tantas actividades fecundas, cuida de su destino universal. Y como el jefe es el que tiene encomendada la tarea más alta, es él el que más sirve. Coordinador de los múltiples destinos particulares, rector del rumbo de la gran nave de la Patria, es el primer servidor; es como quien encarna la más alta magistratura de la tierra, “siervo de los siervos de Dios».
En el documento «Puntos Iniciales», publicado a poco de la fundación del Partido, y que, en el fondo constituían su justificación y su razón de ser, se percibe esa misma componente clásica del fascismo. Véase sino:
«V. SUPRESIÓN DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS.- Para que el Estado no pueda nunca ser de un partido hay que acabar con los partidos políticos. Los partidos políticos se producen como resultado de una organización política falsa: el régimen parlamentario. En el Parlamento, unos cuantos señores dicen representar a quienes los eligen. Pero la mayor parte de los electores no tienen nada común con los elegidos: ni son de las mismas familias, ni de los mismos municipios, ni del mismo gremio. Unos pedacitos de papel depositados cada dos o tres años en unas urnas son la única razón entre el pueblo y los que dicen representarle. ¿Para qué necesitan los pueblos de esos intermediarios políticos? ¿Por qué cada hombre, para intervenir en la vida de su nación, ha de afiliarse a un partido político o votar las candidaturas de un partido político? Todos nacemos en UNA FAMILIA. Todos vivimos en un MUNICIPIO. Todos trabajamos en un OFICIO o PROFESION. Pero nadie nace ni vive, naturalmente, en un partido político. El partido político es una cosa ARTIFICIAL que nos une a gentes de otros municipios y de otros oficios con los que no tenemos nada de común, y nos separa de nuestros convecinos y de nuestros compañeros de trabajo, que es con quienes de veras convivimos. Un Estado verdadero, como el que quiere Falange Española, no estará asentado sobre la falsedad de los partidos políticos ni sobre el Parlamento que ellos engendran. Estará asentado sobre las auténticas realidades vitales: La familia. El Municipio. El gremio o sindicato. Así, el nuevo Estado habrá de reconocer la integridad de la familia, como unidad social; la autonomía del Municipio, como unidad territorial, y el sindicato, el gremio, la corporación, como bases auténticas de la organización total del Estado».
Es innegable que estamos hablando de conceptos que resultan familiares a las distintas variedades de fascismo. Pero no es eso lo que nos interesa recalcar, sino la inadecuación presente de este planteamiento. En un mundo en el que la familia, el municipio y el sindicato ha sido sustituida por la inestabilidad y el divorcio, las bajas tasas de natalidad, las megalópolis y el sindicalismo de gestión, en donde han aparecido nuevas formas de convivencia (el concepto de «redes» que acompaña al nacimiento de la sociedad surgida de las aplicaciones de la microinformática), el mismo proceso de globalización, todo esto junto, ha hecho inviable la organización de un Estado en función de «familia, municipio y sindicato». Y es que el ritmo de vida en 1933 era muy diferente al que tendría lugar 70 años después. El «Estado Nacional Sindicalista» que luego el franquismo remedó en forma de Democracia Orgánica», difícilmente podría aplicarse hoy cuando al democracia liberal y el régimen de partidos se ha convertido en quintaesencia de las libertades públicas. La cuestión es que una forma de Estado en la que los partidos estén presentes (aun cuando no estén omnipresentes), en que el Estado se haya sacudido la tutela de los grupos de presión y en donde el sistema de pesos y contrapesos impida que existan gigantescas acumulaciones de poder, un Estado en el que cada cuatro años convoque elecciones libres en las que todos los ciudadanos puedan expresarse… parece que otorga un razonable nivel de representatividad. Ciertamente, en el marco presente la representatividad puede ser mejorada e incluso introduciendo formas corporativas de participación (especialmente de grandes colectivos: universidad y enseñanza, industria y sindicatos, autonomías y municipios, etc.), pero resulta difícil pensar en el sentido que puede tener una «representación familiar » (máxime cuando tenemos muy próximo el fracaso del franquismo en este terreno) y cómo podría estructurarse en la práctica, dejando aparte que la crisis de la institución familiar está presente en la sociedad y no parece remitir.
Falange ha sido presa del modelo de Estado descrito por José Antonio. En este terreno han existido algunos intentos de afinar algo más. La tendencia sindicalista de Falange dio un giro, definiendo el modelo como «Estado Sindicalista» en el que la columna vertebral representativa serían los sindicatos: era España concebida como «gigantesco sindicato de productores » (con aires expresionistas de «Metrópolis»). Pero los textos clásicos pesaban como una losa sobre los sindicalistas. En la norma programática de Falange se definía al Estado como «instrumento totalitario al servicio de la integridad patria. Todos los españoles participarán en él a través de su función familiar, municipal y sindical. Nadie participará a través de los partidos políticos. Se abolirá implacablemente el sistema de los partidos políticos con todas sus consecuencias: sufragio inorgánico, representación por bandos en lucha y Parlamentodel tipo conocido».
Lo importante es recalcar que todo este planteamiento tenía lógica en 1933, cuando la variante alemana del fascismo había convulsionado Europa llegando el poder, cuando el fascismo italiano se había anexionado Etiopía y cuando, en mayor o menor medida, en toda Europa las formaciones fascistas realizaban avances importantes. Hoy, todo esto carece de sentido. El sistema de partidos, con todas sus imperfecciones ofrece un razonable modelo de representatividad que puede ser corregido sin necesidad de aventuras «totalitarias» o «sindicalistas» en las que nadie apuesta. Pero las distintas fracciones falangistas disidentes del franquismo no comprendieron que, en este terreno del Estado, lo que José Antonio había teorizado, Franco –más o menos– lo estaba aplicando. Y en estas circunstancias la salida lógica era aprovechar la estructura franquista para «corregir» el tiro y corregir su vinculación a la forma liberal de economía y producción. En lugar de eso, resultaba mucho más «juvenil» actuar a la contra y considerar a los falangistas que actuaban dentro del régimen como «traidores». A estos, por su parte, les resultaba mucho más fácil aprobar la gestión franquista antes que criticar algunos rasgos visiblemente antifalangistas de su política. Nadie, ni dentro ni fuera del régimen, tomó la situación de hecho creada por Franco como algo a corregir y llevar a posiciones nacionalsindicalistas. Cuando se produjo la transición, los falangistas no entendieron que durante el franquismo ellos no eran el único poder, pero estaban cerca del poder, lo suficientemente cerca como para que una política planificada para corregir los aspectos problemáticos del franquismo pudiera ser abordada. En la transición no advirtieron que ya no eran el poder y que debían competir con otros partidos. Habían bajado un peldaño. La situación era mucho más difícil que mientras existieron funcionarios falangistas en el régimen de Franco. La prueba es que Falange pudo mantenerse 40 años activa bajo el franquismo, pero apenas logró mantener actividad real durante la transición. El no estar en condiciones de diseñar un modelo de Estado diferenciado del franquismo y del totalitarismo fascista de los años 30, selló la incapacidad de las distintas tendencias falangistas para ofrecer propuestas en positivo. Quienes intentaron aventurarse en el modelo de Estado se perdieron en las utopías más ingenuas y descabelladas (especialmente la izquierda falangista que hizo de la candidez y el irrealismo una constante en su actuación).
LAS GRANDES LAGUNAS IDEOLÓGICAS
Desde hace tiempo sostenemos que la ideología nacionalsindicalista es una ideología incompleta que une al deterioro causado por el tiempo, algunos huecos que los fundadores no tuvieron tiempo de rellenar y que sus herederos tampoco estuvieron en condiciones de completar. El resultado ha sido una ideología cuyos partidarios han tenido que recurrir sistemáti-camente a otras fuentes para lograr ampliar su radio de acción. Depende de las afinidades particulares de los herederos que estos complementos se tomaran en una dirección u otra. Así por ejemplo, los falangistas impregnados de un cierto catolicismo progresista y de un humanismo acusado tendieron durante los años 60 y principios de los 70 a impregnarse con las lecturas de Emmanuel Mounier y adoptar posturas personalistas. Esos mismos falangistas, progresivamente más virados a la izquierda, incorporaron a sus concepciones económicas determinados conceptos que Mounier sostenía; especialmente el de «autogestión» que, por lo demás, había alcanzado cierta fama y notoriedad a partir de la contestación estudiantil y la aparición de la nueva izquierda. De hecho, entre 1968 y 1977, la «izquierda falangista» devoró literalmente los textos que aludían a la autogestión y los libros de editorial ZYX, ubicados entre el progresismo católico de izquierda y el anarquismo, fueron consumidos regularmente por los militantes de estos grupos… con lo cual el nivel de confucionismo ideológico no hizo sino aumentar.
Otros grupos experimentaron las carencias de la ideología falangista de distintas maneras. Cuando se advertía un hueco ideológico se realizaba un razonamiento extremadamente simple: José Antonio era católico; Falange es un partido de inspiración católica; luego hay que buscar respuestas en la doctrina de la Iglesia. También los hubo que identificaban casi por completo Falange con el Franquismo y terminaban incorporando a la ideología falangista los vaivenes ideológicos que se iban generando en la Secretaría General del Movimiento. Y finalmente, una inmensa mayoría de militantes falangistas no experimentaban las carencias ideológicas limitándose a leer y recomendar las «Obras Completas» de José Antonio a modo de «libro sagrado» en cuyo interior se encontraban todas las respuestas y que anualmente era reeditado por la Sección Femenina. Así mismo existían distintas compilaciones de textos que ordenaban los contenidos del «libro» en función de distintos objetivos a demostrar. En este terreno, Agustín del Río Cisneros publicó no menos de media docena de libros de estas características publicados regularmente por la Editora Nacional. Pero todo esto era poco para evitar el desfase creciente entre una historia que iba acelerándose progresivamente y dejaba atrás la actualidad y vigencia del «libro» y las posiciones falangistas en él reflejadas. Cuando estalló la contestación estudiantil y se forjó la ideología contestataria esta brecha se evidenció. No se trataba ya de que Falange no estuviera en condiciones de elaborar una línea estratégica que contemplara a la vez «rigor» (lo que preocupaba mucho a algunos grupos garantes y buscadores impenitentes de la ortodoxia), sino también la «eficacia » (algo que nunca ha parecido importar excesivamente en ninguna de las corrientes falangista que siempre la han subordinado al «rigor doctrinal»). Si había que elegir entre rigor y eficacia, la mayoría de falangistas disidentes del franquismo se decantaban por el rigor en detrimento de la eficacia, mientras que los falangistas adictos a Franco, defendían sus posiciones en función del pragmatismo a pesar de que su rigor ideológico fuera cuestionable.
Pero entre 1967-69 todo cambió. Aparecieron en la universidad especialmente y en la sociedad problemas nuevos ante los cuales los falangistas no tenían respuestas. Eran los años de la liberación sexual, la contestación estudiantil, la minifalda y el pop. Frente a los sofisticados planteamientos de la contestación, Falange apenas pudo oponer un voluntarismo bienintencionado y la doctrina católica. Eso, o bien, sumarse a las novedades y «superar al marxismo por la izquierda», ansia que caracterizó a la izquierda falangista desde su nacimiento a su extinción.
A todo esto Fernández de la Mora decretó la muerte de las ideologías en esos mismos años. El nacionalsindicalismo que no había terminado de explicar si era una ideología (o doctrina) y en ocasiones aludía a sí mismo como «una forma de ser» pero que no terminaba por renunciar a adoptar la forma de ideología, experimentó en su propia piel la inadecuación creciente de su marco doctrinal a la realidad social. Como el marxismo, como el anarquismo, como cualquier forma de conservadurismo.
Por lo demás en Falange se daba un problema añadido: nunca se terminaba de distinguir entre ideología y programa.
La cacareada «nacionalización de la banca» es apenas una solución programática a un ideología de justicia social, sin embargo para los falangistas disidentes era algo fundamental a tenor del énfasis que colocaban en la traición de los colaboracionistas con el Movimiento franquista que no la habían realizado. Por que, en el fondo de la cuestión, lo que estaba presente era el olvido de lo que una ideología es y debe aportar. Recordémoslo:
Una ideología es la suma de distintos factores: una cosmogonía, una interpretación de la historia, una interpretación del ser humano, una interpretación de las relaciones sociales, una interpretación de la realidad. Todo esto, es posible que esté disperso, en parte y de manera muy sucinta en el «libro », pero resulta extremadamente forzado -tal como se hizo en el libro «Falange y Filosofía»- inferir a partir de una frase aislada toda una filiación doctrinal. Por ejemplo, ciertamente, José Antonio explicaba que «el nacimiento del socialismo fue justo»… pero de esta frase no puede deducirse necesariamente que detrás existiera una «concepción de la historia» digna de tal nombre. Ledesma es, desde luego, el gran teórico del nacionalsindicalismo, pero su radicalismo ideológico, su intransigencia, su adhesión a lo que en Italia fue el fascismo de izquierdas que caracterizó el inicio y el fin del ciclo mussoliniano o la izquierda nacionalsocialista alemana o las formas más completas de la versión francesa encarnadas por Doriot y el Partido Popular Francés, unido al agnosticismo que jamás ocultó, hacían de Ledesma un autor problemático. De hecho, incluso en los círculos falangistas disidentes, el FES en concreto, se albergaban ciertas reservas en relación a Ledesma. En Ledesma, por lo demás, las componentes fascistas son demasiado evidentes como para que pudieran negarse. Pero si hubo un ideólogo en el nacionalsindicalismo digno de tal nombre ese era Ledesma y si existen libros teóricos sobre el fascismo español, ese es el «Discurso a las Juventudes de España» y las «Disgresiones sobre el Destino de las juventudes». Quizás en el terreno en el que todo estaba más claro es en el de la concepción del mundo como lucha, conquista, destino. La idea de la persona como portadora de valores eternos (a pesar de que se eludía recordar que esos valores o se actualizaban o bien permaneciendo en estado de latencia apenas eran suponían nada). Una concepción ascética de la vida que podía inspirar a una clase política dirigente organizada en forma de orden. Y esto tiene vigor, actualidad y lo tendrá siempre.
Lo importante es recordar la distinción platónica entre el mundo de las ideas y el mundo de lo contingente. Falange no estuvo en condiciones de distinguir entre uno y otro. La libertad, por ejemplo, es la capacidad de dominio del ser humano sobre todo lo que es capaz de someterlo. Desde el miedo hasta el heroísmo, todo puede ser controlado o controlar al ser humano. Un náufrago en una isla desierta, a pesar de no estar sometido a ninguna ley ni estructura coercitiva, puede no ser considerado libre si es sometido a sus pulsiones interiores, sus vicios, su mente, etc. Este es el concepto ideal de libertad; en el momento en que se hace preciso descender del terreno de lo ideal al de lo real y contingente el concepto de libertad se proyecta como la luz en un prisma, dividiéndose en matices. Así pues, en el mundo de lo contingente no existe «la libertad», sino «las libertades». Algunas, como la libertad de pensamiento son positivas y otras como el matar al vecino, son negativas.
Toda sociedad para poder cumplir sus funciones requiere una limitación a las libertades. En Falange jamás se realizó un análisis que distinguiera entre doctrina y aplicación práctica. Todo se encontraba excesivamente esquematizado, próximo, inextricablemente confuso. Era difícil distinguir entre teoría y práctica, entre ideología y programa, entre mundo de las ideas y mundo de lo contingente. Algunos, ciertamente, lo intentaron, pero la mayoría de textos falangistas de ayer y de hoy reflejan esta confusión de manera inevitable.
En noviembre de 2001, «La Falange», uno de los grupos que disputan la hegemonía en el ambiente falangista decidió propulsar un «frente español», que tenía a un grupo valenciano -España 2000- como inspirador. En «La Falange» el tema de la inmigración nunca había interesado, a diferencia de «España 2000» que había hecho del tema una bandera. Esta relación bastó para que en pocas semanas «La Falange» quedara impregnada por una patina antiinmigracionista asumida con rapidez, sin reflexión previa y, por tanto, sin gran eficacia. Bien, pues lo mismo ocurrió en la izquierda falangista a principios de los 70. Bastaba con que un grupo se autotitulara «sindicalista» para que sus escritos fuera tenidos como de aliados seguros, a pesar de que en la mayoría de los casos se trataba de sindicalistas de otras familias políticas muy alejadas de Falange.
Y otro tanto ocurrió con los falangistas que escucharon el verbo cálido de Blas Piñar y que se dejaron seducir por Fuerza Nueva, subordinando su sindicalismo a una vaga aspiración de «justicia social», ampliando la influencia del «patriotismo» y la concepción joseantoniana del ser humano. En todos estos casos, la desfiguración del pensamiento originario se produjo siempre por la debilidad estructural de la doctrina falangista que no podía incorporar ningún elemento procedente de otros ámbitos para completar el suyo propio, bajo riesgo de quedar completamente desfigurada.
Pero las lagunas ideológicas han forzado a lo largo de la historia de Falange una búsqueda obsesiva de la «ortodoxia» en detrimento de la eficacia en unos grupos, mientras que otros han centrado sus obsesiones en la «justicia social» en su intento de diferenciarse de la derecha franquista y los ha habido que han hecho del franquismo una forma de pragmatismo falangista… ninguna de estas corrientes ha demostrado la más mínima eficacia política. Eficacia, rigor y pragmatismo deben caminar juntos, o de lo contrario, aislados, son solo obsesiones.
Por que la doctrina es uno de los elementos a tener en cuenta en la lucha política que conduce por los caminos del éxito, pero no el único. Existen unas necesidades mínimas que deben estar presentes en la lucha política si lo que se pretende es alcanzar unos mínimos de eficacia.
5 comentarios
A Jorge Garrido -
1)Bien es cierto que el catolicismo fue un elemento importante en la configuración de España,pero la relación con nuesto país con la religión no es excesivamente distinta a la de otras naciones: la Francia de Luis XIV que expulsa a los hugonotes y orgullosa de ser la matriz de las Cruzadas,Inglaterra autoproclamada defensora del protestantismo en los siglos XVI y XVII,lo mismo que Prusia en el XVIII.Igualmentela identidad católica ha sido determinante en Polonia,Bélgica o Irlanda y muy importante en Italia y regiones alemanas como Baviera.Lo mismo que la religión protestante lo es en los EEUU.No es ningún rasgo especifico español y,por ende,no creo que sirva para singularizar a España.
Se trata,más bien,de una herencia cultural del Tradicionalismo: Menéndez Pelayo define a España como martillo de herejes y espada de Roma para enfrentar su cosmovisión a la del Liberalismo y su idea de la voluntad popular,que tampoco es excesivamente novedosa;sin querer restar mérito a nuestro paisano(yo soy de Reinosa),la esencia de sus ideas viene de los llamados reaccionarios franceses(Maistre,Bonald,el abate Barruel,etc).Es decir,en el nacional catolicismo no hay nada de radicalmente hispánico.O por expresarlo de otro modo,si se concibe que el catolicismo es la esencia de lo español, entonces es lógico pensar que la condición de español es,en esencia,la misma que de francés,italiano o austriaco,pues todos ellos comparten el catolicismo,que es lo medular y determinante.
Una nueva formulación de nacionalismo vino con la Generación del 98,que adaptó a nuestra cultura e historia la idea de "la tierra y los muertos",una cosmovisión aconfesional,que fue la que adoptaron los falangistas en los años 30 y que el Franquismo postergó en beneficio del tradicionalismo, como bien explica Ismael Saz en "España contra España.Los nacionalismos franquistas".
2)La teoría económica en José Antonio es algo siempre secundario,principalmente porque,como han explicado diversos historiadores,sus conocimientos en la materia no eran demasiados. Humanizar el capitalismo es algo defendido por la Iglesia,los marxistas disidentes,los corporativistas y los socialistas utópicos; el problema es que el líder falangista se muestra impreciso a la hora de precisar el modo de hacerlo,en buena medida,como dice el señor Garrido,por su juventud e inexpriencia;pero,a fin de cuentas,sin dejar un camino marcado.
El sindicalismo vertical de Falange no era distinto al propugnado por fascismo italiano(y si lo era,no lo concretaron),por tanto,quizá haya que dirigirse a aquella fuente para ahondar en el concepto.
3)La dicotomía Europa/Latinoamérica es vieja en España.
Durante la IIª Guerra Mundial,los falangistas se mostraron europeístas,oreados por la propaganda alemana sobre el tema.Tras 1945,llegó el aislamiento respecto a Europa y Franco se volcó internacionalmente en los países árabes y Latinoamérica,con el subsiguiente discurso ideológico para justificarlo,máxime cuando había teóricos de la talla de Maeztu para apoyarse.
Para hablar de ésto en el momento presente hay que tener en cuenta las transformaciones acontecidas desde entonces: ciertamente, compartimos lengua y religión con los latimoaméricanos;pero hay que tener presente el giro histórico que España da en 1956 con el Plan de Desarrollo y el ascenso del nivel de vida,europeización de gustos y costumbres, supremacía de lo urbano respecto a lo rural,etc. Todo ello no acercó a Europa y nos alejó de Iberoamérica, algo que se aceleró a partir de 1984 con la entrada en el mercado europeo.Mientras los países latinoamericanos más avanzados entraban en serias dificultades,como Argentina y Venezuela,que los alejaban del modelo de país desarrollado.También podríamos mencionar que lo sucedido en Europa (en cultura,política y demás)casi siempre a cruzado los Pirineos desde hace siglos,pero lo generado en Latinoamérica ha atravesado el Atlántico con una frecuencia muy inferior.
En lo que respecta a la cuestión indigenista,desde luego lo deseable sería la coexistencia y la mutua estima,pero los vientos no parecen soplar por ese lado. Chávez y Morales atacan la herencia hispánica como un legado de opresión y su discurso es claramente anti-español,quizá sólo para exaltar a las masas que los votan,pero el odio está presente.
NS -
Jorge Garrido -
Ahora bien, dicho esto, quiero manifestar mi desacuerdo con la conclusión de este interesante artículo, reconociendo que algunas de sus premisas sí son correctas, y por ello quería hacer unas breves consideraciones, aunque sea de la forma rápida y no suficientemente elaborada que suele darse en estos casos en los que responde en foros y blogs.
Es verdad que el los textos originarios del nacionalsindicalismo hay una constante mezcla entre lo ideológico y lo programático, pero no es menos cierto que quienes fundaron la Falange (en genérico, incluyendo a las JONS) eran unos jóvenes que en relativo poco tiempo organizaron un movimiento político en una época muy convulsa. Creo que bastante hicieron, la verdad, sobre todo en comparación con las generaciones que les hemos seguido y que estamos a años luz de ellos en eficacia, coherencia, e incluso me atrevería a decir que en resultados, aunque los suyos tampoco fueran los esperados.
La crítica que José Antonio hizo al capitalismo (mucho más profunda y razonada que la del resto de los fundadores, aunque su retórica pueda parecer muchas veces menos revolucionaria), no creo que deje de ser actual. Se equivocó en subestimar la capacidad de adaptación del capitalismo y en seguir al pie de la letra la teoría del derrumbe marxista, eso es verdad, pero el capitalismo no ha cambiado tanto. De hecho, en su esencia sigue siendo el mismo y sigue girando al rededor del interés y de las formas de propiedad que de él se derivan. Cambian las circunstancias, aparecen nuevas técnicas, la robótica, la informática, etc., es cierto, pero la esencia de la crítica sigue siendo igualmente válida. Claro, hoy no puede nacionalizarse la banca en 15 días, pero eso no quiere decir que no pueda hacerse de otra forma o con otros plazos y métodos...
Aunque en el repaso histórico que hace el autor habría mucho que matizar e incluso que corregir (supongo que se refiere a Manuel Hedilla cuando habla de Miguel), prefiero entrar directamente en el tema ideológico para no aburrir al personal con disquisiciones secundarias (aunque tienen su importancia).
Respecto a la idea de España, resulta evidente que para los falangistas la concepción tradicional es la más correcta. España nace como proyecto histórico en la última etapa de los visigodos, momento en el cual se produce el trauma histórico de la invasión musulmana. Desde entonces la Reconquista y el catolicismo pasan a ser el motor histórico de la construcción nacional. Miguel Argaya Roca lo explica magníficamente en su último libro, "La España por venir".
El dilema Europa-Hispanoamérica siempre ha estado ahí, qué duda cabe, pero para los falangistas siempre ha estado claro que nuestros vínculos con un argentino, con un chileno, con un venezolano o con un mejicano siempre serán mayores que los que tengamos con un alemán, un británico o un sueco. A fin de cuentas, para los falangistas siempre ha sido más importante la cosmovisión de la Hispanidad que la más vaga y menos concreta de Europa. Evidentemente en Hispanoamérica hay de todo, y la grandeza de España (o una de ellas) consistió en no aniquilar las culturas indígenas, sino en intentar integrarlas en la cosmovisión católica. El indigenismo ha avanzado mucho, y muchos líderes políticos allí lo estimulan como una forma de nacionalismo, algo que no se puede ni se debe ignorar, pero que tampoco anula lo anterior.
En cambio el mundo de la Europa central y del norte es muy distinto al español. Cuando Lutero clavó las 95 tesis en la iglesia de Witemberg lo que hizo fue escindir definitivamente a Occidente, y los españoles asumimos la pesada tarea de abanderar la fracción que a la larga resultó perdedora. España fracasó como abanderada de una forma determinada de entender el mundo, la sociedad, la familia, el hombre, Dios..., y su tragedia consiste fi¡undamentalmente en no querer recuperar ese protagonismo en el siglo XXI y preferir seguir con la cabeza agachada.
Puede que esa concepción de España sea más o menos atractiva, pero, francamente, creo que es la más auténtica, y creo que no merece menos consideración o respeto que cualquier otra, sino todo lo contrario. Quien cuando se ve perdido retrocede al camino seguro y se replantea la dirección a seguir, no sólo no hace mal, sino que adopta una postura prudente y sensata. Eso es lo que, en mi opinión, debería hacer España en vez de seguir perdida y sin rumbo en un mundo liberal-capitalista que le resulta ajeno e incluso incomprensible.
¿Ramiro ateo? Pues para ser ateo parecía comprender perfectamente el papel del catolicismo en la reconstrucción nacional... Su intervención sobre el tema en "El Fascio" me parece sumamente interesante y digna de ser releída, más que nada por si alguno no la recuerda. No obstante es justo reconocer que su postura sobre este tema fue muy oscilante e incluso incoherente, pero aún así parece claro que Ramiro no era ateo, sino agnóstico.
De todas formas, el tema religioso creo que hace tiempo que no genera problemas, y una correcta lectura del punto 25 deja clara la idea de que en lo religioso la Iglesia debe tener un trato privilegiado, pero que en lo político no debe inmiscuirse. Entrar en otras consideraciones (no digo ya lo relativo al Opus Dei) no es entrar en asuntos que tengan que ver con la Falange, sino con los falangistas como creyentes o no creyentes. La Falange es una organización política, no religiosa, aunque el catolicismo inspire su cosmovisión y su moral.
La doctrina económica resulta mucho más problemática... Este tema ya lo he tratado con más detalle en otras ocasiones (http://www.e-falange.com/fei/documentos/alternativa.html), pero por no extenderme, reconozco que tiene mucha razón en criticar la insuficiencia doctrinal en esta materia. Los economistas falangistas no se han dedicado a profundizar en estas cuestiones, y acaso sea por eso que la transición desde el capitalismo hasta el sindicalismo a tantos les parece una auténtica aventura de esas en las que no está nada claro que la nave pueda llegar a buen puerto... Yo, que soy de los convencidos de que esa transición es perfectamente posible, no puedo dejar de entender a los escépticos, pues los falangistas no hemos hecho nada por desarrollar una teoría económica digna de tal nombre. Tenemos claros una serie de principios, eso sí:
* la economía debe estar al servicio del hombre, no el hombre al servicio de la economía;
* estructura sindical de la economía;
* propiedad sindical de los medios de producción y del valor añadido (que ya no sería propiamente plusvalía);
* prohibición de la usura y nacionalización de la banca;
* economía de planificación indicativa, pero no centralizada;
* reordenación de la propiedad según la finalidad de la misma (individual, comunal, familiar, sindical, nacional, etc.);
* nacionalización de los recursos nacionales y del dinero;
* el trabajo como referente de la economía, en vez del capital, que a él debe estar subordinado;
* supresión del sistema de salariado y de la relación bilateral del trabajo; etc.
Ciertamente, todo esto necesita un desarrollo sistemático y una adaptación a la realidad económica del siglo XXI, donde la tecnificación y la mundialización de la economía exigen una revisión de conceptos. Eso me parece incuestionable, pero es que de ahí no se puede deducir que una doctrina económica ya no sirva... Lo que hay que saber es si esa adaptación es posible o no. Es decir, si sus fundamentos son correctos la adptación será posible, y si no lo es, será porque algo falla en esos fundamentos. Yo sigo pensando que en lo esencial siguen siendo aplicables, y que no puede haber soberanía nacional verdadera sin soberanía económica. Y soberanía económica no es sinónimo de aislacionismo, autarquía ni nada de eso, que conste. Por eso no creo imposible una revolución económica en un solo país, aunque reconozco que las dificultades serían muchas, y no entender eso sería no sólo ingenuo, sino necio.
Respecto a la interpretación del punto 11 como apuesta por la armonización entre capital y trabajo, creo un error no constatar la evolución doctrinal en esta materia, especialmente después de la famosa conferencia de José Antonio en el Círculo Mercantil en 1935, donde compara esa armonización con los buñuelos de viento...
Respecto al fenómeno denominado de "muerte del trabajo", daría para mucho y siento no tener tiempo para dar ahora una respuesta suficientemente elaborada, que es lo que merece su artículo, pero no me gustaría dejar de mencionar dos cosas al respecto. Lo primero es que muchas veces se magnifica en exceso el desplazamiento del hombre por la máquina. Eso ya se anunció al comienzo de la Revolución industrial como el fin del trabajo, y el trabajo no ha finalizado... Y es que la máquina también necesita quien la fabrique, quien la arregle, quien haga repuestos, etc., con lo que se acaba recolocando a buena parte de los desplazados (evidentemente no a todos, por lo que el problema sí es real y existe). El avance de la técnica y la tecnología requiere una economía al servicio del hombre capaz de sacrificar la mayor rentabilidad (y el mayor beneficio consiguiente)con mayor tiempo libre para los trabajadores. Si la técnica da beneficios, eso beneficios deben repercutir también en favor de los trabajadores, pero ello no puede confundirse con el error de las famosas 35 horas... Eso no funciona dentro de una dinámica capitalista.
Lo del sindicalismo falangista es penoso, no puedo menos que darle la razón. ¿Cómo puede ser que una ideología sindicalista sea incapaz de organizar un sindicalismo serio? Creo que el franquismo hizo un daño tremendo a la Falange en muchas cosas, pero especialmente en ésta. La parodia del Sindicato Vertical (que no dejó de ser una especie de nueva versión de los famosos jurados mixtos, aunque serían necesarias muchas matizaciones)supuso la desvirtuación del concepto sindicalista para muchos, la desilusión de otros... Y 40 años de parodia sindical (aunque también tuviera sus virtudes) supuso una... digamos que "falta de ejercicio" sindical que se arrastra desde entonces. Por eso los falangistas suelen hacer sindicalismo en otros sindicatos, y los propios (como la UNT) arrastran una vida lánguida y sin apenas actividad destable. Yo confío en que eso va ir cambiando poco a poco, pero soy consciente de que es necesario un periodo de adaptación y rodaje que aún será largo.
En lo que también tengo que dar toda la razón al autor del artículo, es en la incapacidad crónica de los falangistas para hacer política. Creo que en buena medida se trata también de una herencia "psicológica" franquista (todo venía de "papá Movimiento"). Pero a lo largo de mi vida militante, he vivido épocas y casos donde FE-JONS hizo política de verdad (tanto con minúsculas como con mayúsculas), y en todos esos casos el éxito electoral llegó. En mi pueblo, Los Corrales de Buelna (Cantabria), desde principios de los años 80 se hizo una labor política seria que supuso en un pueblo de 9.000 habitantes 320 afiliados y más de 1.200 votos (éramos la oposición con tres concejales, por 5 del PSOE, 1 del CDS, 1 de IU y 1 de AP si no recuerdo mal). Y todo ello con yugos y flechas, siglas históricas, etc. Y lo mismo sucedía por esas fechas en Crevillente (Alicante), Hoyo de Pinares (ahora en FA), Miguelturra (Ciudad Real), etc. En 1991 se consiguieron 3 Alcaldías (en Valle de Finolledo, y otros dos pueblo que ahora no recuerdo) y otros 11 concejales en 7 pueblos y ciudades pequeñas. Todo ello demostraba que FE-JONS podía hacer política perfectamente, pero aquello nunca dejó de ser la excepción...
¿No tiene futuro político entonces el falangismo? ¡¡¡Claro que lo tiene!!! Más antiguo y con un pasado vergonzoso tenemos al PSOE, y ahí está. El problema pues, no está en las ideas ni en las siglas ni en los símbolos, sino en los propios falangistas, que siempre estamos dándole vueltas a nuestras propias miserias y nos mantenemos alejados de la sociedad. Ese es el verdadero problema.
Quien no es falangista, como es el caso del autor del presente artículo, siempre pensará que la ideología falangista no es la adecuada, pero yo creo que eso sea así. Yo veo que lo que ha cambiado desde los años 30 no altera lo esencial, mientras que muchos de los problemas de aquella época se han agravado y mundializado, lo que requiere una adaptación, pero que precisamente por ello sigue siendo actual.
¿Cuándo la Falange tendrá peso en la política nacional?
Cuando los falangistas seamos capaces de implicarnos políticamente en la sociedad, sin olvidar nuestro pasado ni a nuestros caídos, pero manteniendo la actividad no en función de fechas necrológicas, sino según la realidad política de España.
Yo no creo que los falangistas seamos genéticamente distintos de los demás españoles, por lo que creo que eso es perfectamente posible. Lo que pasa es que una dinámica negativa tan prolongada requiere método y paciencia para ser invertida.
Ahora bien, para que FE-JONS tenga ese peso político, lo que hay que hacer es coger esa dinámica e ir construyendo un verdadero movimiento político, con la vista puesta a 10 ó 15 años vista como mínimo. Es decir, como se dice en el encabezamiento de este blog con toda la razón del mundo, caminando hacia el futuro, aunque sea a paso de caracol...
Un saludo y CAFE!
A. Díaz -
Alcor -