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MAXIMALISMO ANTIIDENTITARIO, MINIMALISMO EN RELACIÓN AL TERCER MUNDO

MAXIMALISMO ANTIIDENTITARIO, MINIMALISMO EN RELACIÓN AL TERCER MUNDO
Los han recomendado él artículo de A. Gonzalez titulado “No permitir que la bandera identitaria caiga en manos etnicistas”, aparecido hace unos meses en el blog “Orientaciones”. La idea del artículo es que existe una diferencia entre lo identitario y lo etnicista, es más que “lo verdaderamente identitario” debe ser antietnicista, porque el etnicismo es “occidentalismo”. Así pues, el gran reproche, a la postre, sería que los “identitarios etnicistas” serían proyankis, una posición que el autor percibe como demasiado tosca y prefiere llamar “occidentalista”. Al término de la respuesta hemos incluido el artículo A. González.

¿ANTIYANKIS? SI, PERO SIN PASARSE…

Está bien eso de ser antiamericano… solo que, de tanto en tanto, la cuerda del antiamericanismo está demasiado tensa y se vive en plena paranoia antiamericana: cualquier cosa que no sea un explícito “yankis no, ayer, hoy y siempre” y aquel otro de “allí donde exista un antiyanki, allí habrá un aliado”, y finalmente “todo antiyanki tibio es pro-yanki”, son opiniones subyacentes en el artículo y que no compartimos. Sería difícil encontrar un esquematismo tan simple y superficial.

La obsesión antiamericana parece razonable en Iberoamérica. Pero está hoy fuera de lugar en Europa. Baste simplemente reconocer que los intereses de Europa y de los EEUU son distintos. Baste reconocer que la política de los neo-con y de Bush no es la misma que la de Europa, ni siquiera la de la Unión Europea. Los tiempos de la guerra de Vietnam ya han pasado. El “antiimperialismo” del sesentayocho, es hoy un arcaísmo demodé que incita al bostezo. La guerra de Irak ha sido la última aventura exterior de los EEUU, el imperio ha entrado en decadencia justo en el momento más álgido de su poder. Ahora solo les queda reconocer el fracaso y atravesar la próxima ola de aislacionismo. Lo que ocurrirá, sin duda, a partir del 2008.

Los movimientos iberoamericanos antiyankis son de muy distinto calado, pero, en cualquier caso, responden a lógicas muy diferentes de las que se da en Europa, sin olvidar el carácter demagógico de algunas de esas formas de populismo andino y caribeño, que no intentan otra cosa más que apoyarse en un grupo social mayoritario que les asegure, en unas elecciones democráticas, su ascenso inevitable al poder. Lula en Brasil se apoya fundamentalmente en mestizos y negros, Morales, Humala y el propio Chávez, en los indígenas. A diferencia, eso sí, de Castro, un clásico del stalinismo, amparado por un aparato estatal totalitario y policial, además de en el permanente lavado de cerebro de las masas. Esto sin contar con fenómenos grotescos como el Zapatismo mexicano con un “subcomandante”, con la pipa eternamente encajada entre los labios y un pasamontañas. Cada cual es dueño de identificarse con quien se asemeje más a ellos. Por nuestra parte, no vamos a ser los que defendamos a todos estos exotismos iberoamericanos, por muy antiyankis que sean. Lo antiyanki no justifica la zafiedad.

No estamos en la Guerra Fría, cuando “occidente” simbolizaba la alianza atlántica y el eje euroamericano. No estamos ni siquiera en el período unipolar iniciado con la caída del Muro de Berlín. Ni siquiera estamos en el día después al 11-S. Estamos a finales de 2006, cuando la criminal e irresponsable aventura americana en Irak se está saldando con el más estrepitoso de los fracasos. Con el país más endeudado del mundo, con un problema étnico interior irresoluble, con los ideales de grandeza imperial caídos… ¿verdaderamente hay que seguir manteniendo la tensión “antiyanki” propia de los años 60, en beneficio de exotismo de exotismos tercermundistas de muy escasa solvencia y menor calidad. Por otra parte ¿quién es pro-yanki? ¿los identitarios europeos o el mandatario venezolano que ha cuadruplicado desde que subió al poder las remesas petroleras hacia los EEUU?

Por otra parte, en lo que se refiere a Irak. Los EEUU han sumido al país en un doble conflicto: civil entre sunitas, chiítas y baasistas, desarrollado en el contexto de una resistencia contra el invasor. La retirada americana –cuando se produzca- hará cesar la segunda parte del conflicto, pero no la primera. El hecho de que algunas fracciones del islamismo sean “antiyankis” no implican que sean necesariamente aliadas de Europa. Ni que Europa deba hacer causa común con ellos para acentuar la crisis del imperialismo americano… que, solo y sin ayuda de nadie, ya está en crisis.

No hay que pasarse en este tema del antiamericanismo, más allá de lo que exige la lógica de este momento preciso de la historia. Estamos a finales de 2006. En 2008 no quedará ningún americano en Irak y EEUU estará iniciando una nueva fase aislacionista con ampliando el “decoupling” en relación a Europa. Mucho más peligroso es el estilo de vida americano… pero para atacarlo desde posiciones fuertes, recomiendo la lectura de los textos de Evola sobre este tema: son valores, no países, los que es preciso denunciar.

¿IDENTITARIOS? SI, PERO SIN PASARSE…

A. González va a piñón fijo. Tiene una tendencia exasperante al unilateralismo: yo defino la posición de los otros, “intuyo” lo que otros defienden, leo entre líneas y, finalmente, les ataco en función, no de lo que son, ni de lo que ellos dicen que son, sino de la idea preconcebida que me hago de ellos… Puestas así las cosas, el debate es casi tan imposible como inútil e innecesario. De todas formas, vamos nosotros también a jugar a este juego de las intuiciones.

El autor confunde los movimientos nacionalistas periféricos e independentistas –una forma unidimensional y reduccionista de entender el hecho identitario- con lo que sabe perfectamente que es el sentir de los identitarios etnicistas.

Al referirse a los primeros dice que “no engañan a nadie”… algo cuestionable, habida cuente de que los partidos nacionalistas son mayoritarios en Catalunya y el País Vasco. Así que han engañado, como mínimo a sus millones de votantes. En cualquier caso, el autor lo que desea no es rescatar lo identitario de las manos de los nacionalistas periféricos, sino de los etnicistas, de los que dice que “éstos si que están engañando a todos en dos elementos fundamentales: en su posición ante el sistema y en su oposición al uniformismo y al arrasamiento de las identidades”. A partir de aquí, traslada planteamientos propios de los nacionalismos periféricos a lo que considera identitarios etnicistas. Así que somos un mentirosos irreprimibles… bien.

En realidad, los que A. González considera identitarios etnicistas, mantenemos tres niveles de referencia identitaria: una es la identidad europea, otra la identidad nacional y otra la identidad local o de nacimiento. Este sistema de identidades es suficientemente amplio y elástico como para saber quien somos y tener suficientemente definido las propias “raíces”.

La crítica que podemos realizar a los regionalistas es que se “pasan” en la valoración de lo que representa el haber nacido en un terruño concreto y lo convierten en ariete contra los Estados Nacionales, mientras que “Europa” queda para ellos demasiado lejos como para que les interese algo de lo que podría aportarles una “identidad europea”. Detrás de todo esto, lo que subyace no es un conflicto “identitario”, sino de “nacionalismos”: el jacobinismo es reproducible a cualquier escala y el papel nivelador, reduccionista y uniformizador de las monarquías absolutas, fue sustituido por el jacobinismo propio de la revolución francesa que, con Napoleón se extendió a toda Europa, y, finalmente, instalados ya en el modelo jacobino, se reprodujo a escala regional, cuando las burguesías locales alcanzaron la masa crítica suficiente.

Cuando se hace referencia a “la identidad”, es evidente que cualquier identidad ha surgido de una suma de referencias distintas. Una identidad “pura” no existe. La identidad catalana ha sido formada tanto por la sardana y los castellers, como por los indianos que marcharon a la América Hispana, como con la cultura clásica europea de la que el catalán es una lengua romance. Por eso, es importante distinguir los tres niveles de identidad que son susceptibles de entenderse y vivirse en proporciones diversas. Lo importante es que se tenga la percepción de la identidad como de algo relativamente amplio y relativamente coherente… suficientemente coherente para poder identificar lo propio de lo extraño. Daremos algún ejemplo.

Lo propio de Europa es el cristianismo, el mundo greco-latino, el sustrato étnico indo-europeo… claro que hay otros elementos, de mucha menor importancia y, por tanto, irrelevantes. El Islam, en cambio, es ajeno a la mentalidad de Europa, aunque existan islamistas en Europa. La lengua árabe es ajena a Europa. El Corán es la ideología del desierto llevada al límite. Es más, el Islam es el culpable del atraso que experimentan los países árabes en todos los terrenos. Europa siempre ha mirado a la estrella polar, no a La Meca. Se lo recordamos al autor por si tenía alguna duda.

¿ETNICISTAS? SI, CLARO…

La profesión de fe que hacemos para abordar este parágrafo es necesaria: “estoy orgulloso de ser Europeo, estoy orgulloso de hablar una lengua derivada del latín, estoy orgulloso de tener el patrimonio antropológico, étnico y cultural que me ha correspondido”… Probablemente si hubiera nacido andino, estaría muy orgulloso de criar llamas y si hubiera nacido en el Caribe, seguramente el candomblé, el ron de la Martinica y la salsa serían lo mío: pero he nacido en Europa y doy gracias a los dioses que existen y a los que no existen, de haberme hecho europeo y de poder sentir cualquier forma de entender las identidades nacionales o locales, como propias o, al menos, como no contradictorias. La llegada del hombre a la Luna, la filosofía platónica, la síntesis tomista, el Renacimiento y las cruzadas, la Reconquista y la defensa de Bizancio y de Viena frente a los turcos, la desintegración del átono, el Hubble, el Airbus… todo esto y miles de episodios como estos, me hacen sentir orgulloso de pertenecer a la comunidad étnica que pertenezco. No sé si sentado bajo un cocotero, esperando que caiga algo, me haría sentir igualmente orgulloso, o si tuviera que adorar a un dios con el culo a 180º de La Meca, me reportaría alguna experiencia mística particular. Cada cual es lo que es y ni entre los seres humanos, ni entre las culturas existe igualdad. Si no amas ni aprecias lo propio, lo tuyo, lo que se te ha dado por herencia, no lo van a apreciar los otros.

La realidad es que “lo semejante se reconoce en lo semejante”. Dime con quien te reconoces y te diré quien eres: si te reconoces con movimientos tercermundistas, con la última originalidad surgida en el culo del mundo… no hace falta definir más las pautas del debate. Estás en otro “rollo”, colega. No vale la pena seguir discutiendo.

Por eso, cuando el A.González afirma: “hay que preguntarse, en primer lugar, el porqué y para qué sirve todo su discurso de defensa de las identidades. Y en segundo lugar, qué toman por identidad defendible”. Ya hemos contestado a lo segundo: existen tres referencias identitarias y no vale la pena extendernos aquí más. En cuanto a lo primero, lo grave no es responder, sino plantear la pregunta: ¿Qué para qué sirve? Hombre, ¿para qué coño va a servir, para qué puede servir…? pues para algo tan simple como tener referencias que indiquen quien eres, qué es “lo semejante” a ti, para definir tu escala de valores, para ser fiel a tus orígenes, para tener “raíces” y estar bien anclado en ellas. Ignora tus raíces e ignorarás quien eres y cuál es tu comunidad. No te extrañe si acabas postrado hacia La Meca y tienes como grandes referencias al Ché, a Subcomandante Marcos, a Chávez o a Castro…

Pertenecemos a un grupo étnico y en tanto que miembros del mismo, lo menos que podemos ser es fiel a nuestras raíces. Lo peligroso de un planteamiento así sería negar los avances científico-técnicos, persistir en un mundo romántico e ideal, arcaico, y de presentarlo como superior a cualquier otro. En absoluto: se trata de tener los pies en la tierra, en las raíces, y la cabeza en el cielo, en los avances de la civilización. Eso es ser arqueofuturista, sin más complicaciones.

Recordar como aquel humilde soldado que fue Miguel de Cervantes, enfermo y agotado por las fiebres pidió estar en el esquife de la galera capitana en Lepanto, no es folklore: es nuestro pasado. Y no se discute: se asume o se rechaza. Discutirlo, ya es rechazarlo. Y hay que ser quisquilloso para pensar que esto lleva a posturas racistas. Mi identidad no es la de un moro. Amo mi identidad. No me interesa valorar la de la morería. Por eso, tiene muy poco sentido la frase que añade A. González refiriéndose a lo que llama identitarios etnicistas: “[sus discursos están sirviendo] para justificar y defender la supremacía de este sistema plutocrático, del “pensamiento único” famoso y sus mecanismos de poder político, social, económico e ideológico y, de paso, y por supuesto, el “status” material privilegiado de los componentes del primer mundo: un nivel económico conseguido por motivos históricos, coyunturales, y no por méritos de las poblaciones o generaciones actuales”… cualquier cosa para evitar que “lo europeo” pueda dar la sensación de que es superior. Se trata de criminalizar y denigrar a Europa, se trata de presentarla como un burdel degenerado y vicioso que practica la exclusión contra los “pobres del Tercer Mundo”.

Vamos a hablar claro, por aquello de oponernos al pensamiento único: las razas andinas tienen otros rasgos antropológicos completamente diferentes a nosotros, como los africanos o cualquier otra raza. “Los motivos históricos, coyunturales” a los que alude A. González, que han hecho de TODOS los países desde Marruecos a Afganistán, focos de miseria, son históricos y estructurales. Y tienen un nombre: el Islam. Si Europa, ha avanzado es porque ha sabido situar al fenómeno religioso en la dimensión personal que le es propia. La omnipresencia del Islam en las sociedades árabes es la garantía más segura de su postración por siempre jamás. Bastante tendrían que agradecer que el Primer Mundo haya descubierto las utilidades del petróleo, porque, de lo contrario, todo el mundo árabe sería un gigantesco y total Afganistán.

El artículo en esta parte destila ideología tercermundista mucho más que “tercerista”: culpabilizar a Europa de todo lo que ocurre en cualquier parte del mundo, especialmente en los países árabes y andinos. Generar un complejo de culpabilidad en las “generaciones actuales” de que tienen lo que no merecen y que no han hecho nada para merecerlo… No es así. Nuestros hijos, trabajan, estudian y se esfuerzan. Pueden agrandar el legado o dilapidarlo… no importa, siempre habrá alguna generación, antes o después, que prosiga la obra. Thiriart decía que llevamos las Termópilas en los genes. Las herencias genéticas son lo que son. Renunciar a ellas es como si Tarzán renunciara al taparrabos y a andar de liana en liana y pillara un trabajo de reponedor en un super. No sería Tarzán, claro. No tengo una percepción tan mala de las nuevas generaciones de Europeos. La joven Europa no es solamente la del botellón.

¿NO PERMITIR QUE LA BANDERA IDENTITARIA CAIGA EN MANOS ETNINISTAS? OZÚ…

Por definición todo lo identitario es, más o menos, etnicista. Lo que A. González pretende sería algo así como decir “No permitir que la levadura caiga en manos del pan…”. Perdona, pero es que la levadura forma parte del pan. Otra cosa es si al interesado le encanta el pan sin levadura que consumen los árabes. Pero esa es harina de otro costal.

El autor es un hombre de poca fe: no cree que los identitarios etnicistas sean sinceros cuando manifiestan que el preciso oponerse a la globalización y que solamente en la defensa de los distintos niveles de identidad pueden encontrarse argumentos suficientes para hacerlo. Cree que eso es “engañar” y que, en el fondo, quienes dicen esto, son tan taimados, que, en realidad, lo que están haciendo es favorecer “a Occidente” (porque ni siquiera tiene el valor de decir “a los yankis”). Cree que absolvemos a “Occiente” de sus pecados (esos pecados son liberalismo, socialismo, consumismo y que según el autor deberíamos de denunciar obsesiva e insistentemente) y que todo lo que no es Occidente es puro y tiene un destino inmerecido. Cree que es “Occidente” quien destruye el hábitat y realiza todas las barrabasadas que se cometen en el planeta (lo cual es literalmente falso y mendaz). Añade: “Por eso que no espere nadie críticas sostenidas a la lógica del capitalismo, ni nada por el estilo, sino incitaciones de odio a otros pueblos, incurriendo en la mayor de las contradicciones, porque si dicen defender las identidades de los pueblos y los hechos diferenciales entre culturales ¿porqué siempre se descubren odiando otras identidades y criminalizando justamente esos hechos diferenciales?”. Si, hombre, si, claro que se critica al capitalismo, y a todo lo que merece ser criticable, incluida la partitocracia, la plutocracia y el botellón… pero no hace falta ser obsesivos, unidimensionales, reduccionistas y, sobre todo, aburridos: también el reduccionismo anticapitalista es rechazable, sabes.

Mire usted, joven: yo amo mi identidad… que un mauritano ame la suya, que yo bastante tengo con la mía. Pero, sobre todo, que no vengan a mi país a dar pol culo. ¿Lo quieres más claro? Repito el mensaje: el problema identitario es muy fácil de resolver: lo semejante se reconoce en lo semejante, si tu no te reconoces en los valores de Europa, es tu problema, pero lo que yo no quiero es que la inmigración masiva desfigure mi identidad, ni que los bobos ilustres que ponen el culo ante el turco, no sacrifiquen mi identidad ni enseñen supersticiones del desierto en nuestras escuelas; quiero que otras identidades ligadas a otros ámbitos geográficos, permanezcan en esos hábitos geográficos haciendo lo que les de la puta gana, esperar debajo de un cocotero, aserrar el cocotero o construir una grúa para subir al cocotero. Me la trae, literalmente, floja. No es mi problema. No es mi identidad. Yo sé cual es mi identidad. ¿Tienes claro cuál es la tuya?

Por el mismo precio que tu dudas de que otros sean antiglobalizadores, yo podría insinuar que tú eres la quinta columna de una formidable conspiración de inadaptados islamistas nacidos en Europa pero que no se reconocen en la identidad europea, ni en su identidad nacional, ni en la identidad de su terruño. Como los judíos disidentes de la sinagoga –desde Marx hasta “Krusty el payaso”- que, al carecer de identidad al haber renunciado a su religión, se convierten en elemento más disolvente estén donde estén, aspirando a que, como ellos, nadie tenga identidad. Ironizo, claro. ¿Por qué tú no serás islamista, claro?

Una conclusión. Si; que a la hora de afinar el instrumento ideológico en el sentido que sea, ni se tense demasiado ni se deje muy suelto. La sabiduría reside en la justa medida: tanto en la posición en relación a los EEUU, como en relación a la propia identidad y a la de los otros. El maximalismo del artículo de A. González en la crítica a los “identitarios etnicistas” y el minimalismo que muestra a la hora de enjuiciar a las experiencias del tercer mundo, es suficiente elocuente, de que está en cualquier sitio, menos en el justo término.

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Reproducimos a contibuación el texto completo del artículo de A. González: 

 

ORIENTACIONES

No permitir que la bandera identitaria caiga en manos etnicistas

A. González

En las últimas décadas, diversos grupos y tendencias han ido aparecien­do en escena para proclamar su rechazo frontal al avance de la uniformi­zación y disolución general de los pueblos. Una uniformización y disolución que se ha acelerado en el interior de cada estado, y que super­potencias, organismos y corporaciones multinacionales han ido forzando a lo largo y ancho del mundo. Para combatir esta apisonadora mundialista y mundializada que va laminando y desnatura­lizando culturas y naciones, muchos grupos «inconformistas» («en contra de lo que hay») han adoptado el nacionalismo y esgrimido los «hechos diferenciales» étnicos como soporte principal de su causa.

Pero esgrimir, a secas, los «hechos diferenciales», nada significa en reali­dad. Pues lo importante no es reconocer «hechos dife­renciales» culturales, na­cionales, territoriales, étnicos o de cual­quier otra especie, sino establecer cuales, porqué y para qué se determinan diferenciaciones o dis­crimi­naciones, diferencias culturales y particularidades nacionales.

Como ejemplo propio, los españoles hemos podido comprobar durante un cuarto de siglo para qué ha servido, finalmente, la reivindicación de los «he­chos diferenciales»: para que unas organizaciones sub­sidiarias del estado blin­dadas por una «cosa nostra» étnica, se hayan ido apropiando de la cosa pública (y privada) en las parcelas territoriales que han reclamado suyas en exclusiva bajo la bandera de una historia, lengua, sangre, costumbres o temperamento «diferente», y poder manejar más competencias y presupuestos. Como todo el mundo sabe que los nacionalismos vascos, catalanes, gallegos o canarios no son frentes políticos que pongan en cuestión el régimen político, el montaje cultural y el modelo socio­económico del presente, sino que todos sus objetivos se concentran en coger la mayor tajada posible de los recursos generales dis­ponibles y controlar en exclusiva sus territorios con los que presumen fundirse, no voy a insistir más en ellos.

Así que voy a referirme a ciertos grupos que se proclaman «identitarios» e incluso «antisistema». Ustedes dirán que necesidad tenemos de referirnos a grupos tan minoritarios, cuando son los nacionalismos «oficiales» los que van imponiendo sus demandas. Las respuestas son sencillas: la primera es que, como se acaba de decir, casi todo el mundo sabe que tales nacionalismos no constituyen fuerzas «contrarias» al rumbo político actual, ni buscan ningún modelo socio­económico ni alternativa cultural a la que hay. Su obsesión se reduce a garantizar un mayor presupuesto, que el mismo mercado, el mismo consumo y la misma producción utilicen la lengua vernácula, y que el dinero que se recaude en un sitio, por supuesto, sea sólo para «su gente». Así que eso no engañan a nadie, o a casi nadie.

Pero diferente es el caso de ciertos grupos que han empezado a enarbolar las banderas de las identidades, declaradamente populistas o presuntamente «defensores» o «restauradores» de «viejas esencias» ya muy mixtificadas, pues éstos sí que están engañando a todos en dos elementos fundamentales: en su posición ante el sistema y en su oposición al uniformismo y al arrasa­miento de las identitades. Así pues, la segunda respuesta es que, como este blog se dirige a gente que se considera disconforme con lo que hay, y porque nos interesa sobremanera el asunto que advierte el título (no dejar que la bandera identitaria caiga en manos etnicistas) hemos de empezar a despejar esta cuestión básica, vital, para los «reductos» de la población conscientes de la necesidad de una alternativa.

Como las nacionalidades son campo ya «reclamado» y más que trillado por los nacionalismos del régimen, suelen estos supuestos «identitarios» tomar otros marcos o conjuntos de identidad étnica, comarcales, nacionales (de los estados constituidos) subcontinentales o incluso raciales o subraciales. Como ya se advirtió, hay que preguntarse, en primer lugar, el porqué y para qué sirve todo su discurso de defensa de las identidades. Y en segundo lugar, que toman por identidad defendible. Yo les advierto que basta un repaso de los discursos de muchos supuestos «infantes terribles» o «peligrosos», desde los llamados nacional-revolucionarios hasta los reformistas populistas, pasando por los «reconquistadores» de supre­macías o «edades doradas» del pasado, para darse cuenta que no sirve, en absoluto, para abrir brecha y conformar una nueva mentalidad que se enfrente al individualismo, al unifor­mismo y al econo­micismo asfixiante del mundo actual. Sus discursos están sirviendo para todo lo contrario: para justificar y defender la supremacía de este sistema pluto­crático, del «pensamiento único» famoso y sus mecanismos de poder político, social, económico e ideológico, y de paso, y por supuesto, el «status» material privilegiado de los componentes del primer mundo: un nivel económico con­seguido por motivos históricos, coyunturales, y no por méritos de las pobla­ciones o generaciones actuales.

Todos estos pseudoidentitarios prooccidentales no utilizan mitos «irra­cionales» como pudieron utilizar­los otros grupos en épocas anteriores (esto también sería discutible), o sea, para contrarrestar las fuerzas y artificios eco­nomicistas, evolu­cionistas y uniformizantes en los que se basa el mundo occidental, sino para defender este mismo mundo occidental. Da lo mismo que hablen de «herencias naturales», de los «valores de la civilización» o de «raíces» de cualquier especie. Lo mismo que hablen de defender una religión como del progreso técnico. Lo mismo que hablen de mitos imperiales como de las libertades individuales. Lo mismo que hablen de vírgenes cristianas como de paganos bárbaros. Todos estos cánticos se descubren, si se presta apenas atención, como retórica romántica y espúrea para encubrir la cruda y des­carnada realidad del Occidente, que es lo que acaban defendiendo.

Durante la guerra fría el elenco de las llamadas «fuerzas nacionales» (re­for­mistas, reaccionarias o conservadoras) tanto europeas como sudamerica­nas, emplearon discursos plagados de llamamientos juveniles revolucio­narios según unos, o defensas viejas de la patria, de la religión, de la familia, o de la raza según otros. Pero todo eso fue utilizado para acompañar e, incluso, respaldar el mundo que públicamente se decía de­testar por injusto, corrompido, desalmado, viciado o degenerado. Aquellas referencias eran, sólo en apariencia, «disonantes» con las del discurso «racional» o con­vencional dominante, pues pronto se podía descubrir que, mientras unos eran simples «radicalizaciones» de alguna de las dos alas del frente político «res­petable», otros eran cantos estériles a la luna, y algunos otros (éstos eran los más graves) eran adulteraciones o caricaturas de valores serios para degenerar bien en aberraciones e insensateces fácilmente atacables por todo el mundo, o en pretextos mixtificadores para recubrir las descarnadas razones reales que mueven al llamado «Mundo libre». Por mucho que los dueños del poder los desprecien con patadas e insultos, estos animales muy poco políticos nunca aprendieron (o aprendieron muy bien) y siempre sirvieron como perros fieles de ese poder.

Ahora vuelven a las andadas los mismos perros. Todo su presunto rechazo al globalismo desalmado, desnaturalizador y reconvertidor de tierras, pueblos y personas en solares, máquinas y mercancías, todas sus quejas contra esta sociedad formada por humanos reducidos a objetos y sujetos estacionales de producción, de consumo y deshechos en compra­venta, se quedan en un «desagrado» por algunas consecuencias del proceso, pero un proceso que aprueban no sólo como necesario e inevitable, sino como «fruto» del tipo de sociedad que han de defender. Al final no sólo no atacan esa uniformización y esa progresión disol­vente que decían contra la que dicen que luchan, sino que afirman fervorosamente que todos estamos obligados a defender esa homogeneidad apisona­dora para nuestros pueblos, en nombre de una «paternidad» o unas «raíces» (unívocas y homo­géneas) religiosas, vitales, culturales, racionales e identificadoras.

En definitiva: para social patriotas los pseudoidentitarios occidentales coinciden, descarada­mente, con los mundialistas a los que dicen atacar: coin­ciden nada menos en ver «superior» el «modo de vida» y el tipo de sociedad occi­dental. Nosotros denunciamos que los pseudoidentitarios sólo discrepan de los segun­dos en dos cosas: primero de la sinceridad de los abierta­mente mundia­listas, pues éstos desprecian los cuentos románticos de nostálgicos y mitó­manos, ya que los mundialistas recurren a otros engaños más políticamente correctos para justi­ficar el desenvolvimiento de Occidente; y segundo (y aquí discrepan más rabiosos) porque en vez de reservar ese modo de vida y privilegios socioeco­nómicos para los pueblos elegidos o «avanzados», los mun­dialistas anuncian querer propa­garlo. Estos pseudoidentitarios son como los exclusivos de su raza: para ellos Occidente debe quedar reservado para el «mundo avanzado», que para ellos es sinónimo de más dinero, gente «moderna» y aparatos «vir­gueros». En cambio, progresistas y liberales (que tienen la misma idea que los pseudoidentitarios de lo que significa «avanzado») son algo parecido a los «evangeli­zadores»: para ellos Occidente debe «reconvertir» los pueblos infantiles o atrasados del resto del mundo.

Tanto occidentalistas «exclusivos» como la derecha de los occidentalistas «pro­pagadores» coinciden también en absolver a Occidente en la generación de las desgracias y miserias del resto del globo: para ambos tales desgracias y miserias no son culpa de la destrucción de su hábitat y sus comunidades por Occi­dente. Para los «exclusivos» porque las víctimas son unos primates incapaces de adaptarse a una cultura superior; para la derecha «mundialista» porque esos pueblos todavía no han culminado esa reconversión occidentali­zadora que les extirpe absolutamente todos sus «viejos hábitos».

Por eso hemos de combatir la confusión. Por eso hemos de desenmas­carar a los farsantes y arrancar a los pseudoidentitarios la bandera de las identi­dades. Por eso hemos de negar rotundamente que son alternativa a los mundialistas, pues sólo les cabrea que su «tesoro» sea compartido entre los «otros» o sin exigir devociones a ciertos mitos particulares. Habiendo estado «subidos a la parra», les molesta que «los de abajo» se la muevan, bien porque emigren acá, bien porque las empresas se deslocalicen allá, bien porque sus mercaderías desplacen los productos nacionales.

Por eso que no espere nadie críticas sostenidas a la lógica del capitalismo, ni nada por el estilo, sino incitaciones de odio a otros pueblos, incurriendo en la mayor de las contradicciones, porque si dicen defen­der las identidades de los pueblos y los hechos diferenciales entre culturas ¿Porqué siempre se descubren odiando otras identidades y cri­minalizando justamente esos hechos diferenciales? El que dice amar la bio­diversidad ¿Cómo puede presumir de desprecio por las demás especies?

Así pues, ante cualquiera que aparezca esgrimiendo la bandera de la Identidad, hay que emplear la misma precaución radical como cuando vienen con conceptos como defensa de la Patria o de la Libertad. Desconfiar por norma, pues todas estas referencias han sido pervertidas y utilizadas como encubridoras de las razones e intereses más espurios de Occidente. Hay que ver porqué y para qué emplean todas estas ideas. Porque con la confusión se viene una segunda consecuencia: mucha gente acaba por escupir sobre todas ellas, asqueada con el sentido y el contenido que les han dado. Si nos importa la libertad, no tengamos reparo en inquirir con dureza como Lenin y Mussolini. Lenin preguntó «¿Libertad? ¿Libertad para qué?» Y Mussolini desenmascaró a «aquellos defensores de la Libertad que la reclaman y se la apropian para sí, para negár­sela a los demás». Los que levantamos la bandera de las identi­dades hemos de inquirir sin contem­placiones «¿Identidad? ¿Identidad para qué y ser implacables contra «aquellos defensores de la Identidad que la reclaman y se la apropian para sí, para negársela a los demás».

7 comentarios

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Atentos a Marruecos

El secretario general del partido Istiqlal, Abbas el Fassi, ganador de las elecciones legislativas del viernes en Marruecos, en las que derrotó a los islamistas moderados del Partido Justicia y Desarrollo (PJD), considera que "el Islam no es monopolio de nadie".
El Fassi aseguró que "el Islam de nuestros ancestros, que ha durado siglos, que heredamos hoy, es el Islam de la tolerancia, de los derechos humanos, de la solidaridad". ¿A quién quiere engañar? El islam es el islam que vulnera los derechos humanos y que practica una absoluta falta de tolerancia con las otras confesiones religiosas. No nos dejemos engañar.

También debería hablar de la ancestral costumbre marroquí de la compra de votos.
La democracia y el islam no son compatibles, el islam no considera iguales en derechos y deberes a todos los ciudadanos (independientemente de su sexo o creencia religiosa, por ejemplo).

Toreador -

El texto es bastante correcto. Pero contiene, a mi parecer, algunas incoherencias. Así, y en lo tocante a la identidad colectiva como cúmulo de identidades continentales, estado-nacionales y por influencia del lugar de nacimiento (en una especie de multi-círculos identitarios tipo hula-hops), contando con los factores exógenos que has relatado: Grecia-Roma-el cristianismo... Cabría preguntar ¿y la sociedad actual no es heredera de todo aquello? Es decir ¿no es la parte actual de Europa que otras veces denigráis como la eurolandia del capital y patatín y patatán el resultado de un proceso que, si bien comenzó y se influenció de todo lo que dices ha desembocado en lo que actualmente somos?

Porque, siguiendo tu teoría, perfectamente podían haber optado algunos romanos en la Roma antigua por sostener que el Imperio romano no era lo bueno, lo fetén, lo occidental o Europeo. Pues aunque se nutriera de las mismas influencias, no era lo mismo que el modelo originario –y más antiguo– pues se alejaba de la madre Grecia... Y así podían haberse mostrado igualmente otros movimiento continentales, imperiales y reinantes. Y es que, Cadena, puedo entender la lógica evolución y la clara influencia de lo que denominas mi/nuestra identidad plasmada en tu artículo, ahora bien, por los mismo argumentos que tú sostienes, el economicismo otrora criticado, la evolución democrática de nuestras sociedades, etcétera, no sería más que la lógica evolución y enriquecimiento de nuestra identidad. Lo que somos como final aquí y ahora.

No entiendo que algo que nos ha influido y que termina por formarnos, termine también por pervertirnos. Es como el antiamericanismo rancio que denuncias, el cual es mostrado como defensa del europeísmo. ¿Seguro?¿Qué sino europeos fueron los que conquistaron América? Porque americanos de los de verdad, sólo era los indios. Pero en fin, que eso de la identidad es un rollo difícil de explicar e imposible de trasladar a la praxis política que debe de entender el tendero de debajo de casa. Y de nada me vale la simpleza de “lo tuyo, lo mío, lo nuestro, o apelaciones a aquello con lo que te identificas o que te gusta...”. No es tan simple. Pues la legislación que puede tamizar influencias interiores o foráneas perniciosas para la economía, la seguridad o el equilibrio laboral, etc., en nada tienen que ver o puede influir con los gustos, los colores, los determinados y muy discutibles sentimientos identitarios.

Ahora que todo esto que escribes, está bien y te hace pensar, gimnasia cerebral imprescindible por estos lares del patriotismo menguante.

Arqueofuturista -

Un texto buenisimo y un blog formidable.

Seward -

Trancos me ha quitado el comentario. Estoy completamente de acuerdo con lo que ha escrito. Yo no lo hubiera podido decir con palabras más breves.

No todo lo que se escribe por ahí, vale la pena comentarse.No conocía el artículo original que ha dado lugar a la polémica, pero francamente me ha parecido flojo, confuso y obsesivo. Lo normal cuando recibes esta artículo en una lista de correo es borrarlo después de haber leído el primer párrafo.
Se trata de un artículo sectario en la que, evidentemente, el autor no descubre el fondo de su posición personal y, además, destila un odio hacia los que están en su misma orilla, pero no compartes sus posiciones antietnicistas, ni considera que sea posible otra forma de "naconalismo-revolucionario" e identitarismo ,que la que él defiente. Horrible, de verdad.

Trancos -

Me he releído el artículo de A. González que ya conocía y que se publicó hace meses en uno de esos blogs efímeros que proliferan en los últimos tiempos. No sé como se os ha ocurrido comentarlo aquí. Es liado, irrelevante y pedante. Es tan evidente lo que "subyace" como lo que afirma. Estoy de acuerdo con el comentario anterior, el de Bitibajk. Por cierto, muy buena tu Web.

Bitibajk -

Se empieza por negar el factor étnico de la identidad... se continúa por rechazar la misma identidad como algo concreto... se pasa a defender el multietnicismo para Europa... y al final uno se acaba "exiliando" en Córdoba y acluclillándose cinco veces al día...

Vanguardista -

Os meus parabéns pelo artigo. Vou linkar no meu blogue, que nós cá por Portugal também temos alguns desses alucinados.